viernes, 15 de mayo de 2020

12 Coronas de Sonetos, para Miguel Hernández


Grupo Poético: Malditos Bastardos


Coronas de sonetos levantadas en torno al Soneto
19 – El rayo que no cesa, de Miguel Hernández.
Cada uno de los doce participantes se ha ocupado de glosar los
versos del citado soneto 19, aportando sus propias sugerencias
argumentales, siempre intentando acercarse a la lírica del maestro.
Las coronas aquí reunidas corresponden a los siguientes autores:

- Reyes Ferrándiz (España)
- Mardy Mesén Rodríguez (Costa Rica)
- Teresa Fernández (España)
- Carlos Elpoetaartesano (España)
- Marcos Circenses (España)
- Mari Carmen Rodríguez Camargo (España)
- Luis Salvador Trinidad (Costa Rica)
- Carmen Aguirre (España)
- Alberto Jirón (El Salvador)
- Helena Restrepo (Colombia)
- Ramón Bonachi (España)

- María Rosales Palencia (España)

****** 

Soneto 19 EL RAYO QUE NO CESA

Yo sé que ver y oír a un triste enfada
cuando se viene y va de la alegría
como un mar meridiano a una bahía,
a una región esquiva y desolada.

Lo que he sufrido y nada todo es nada
para lo que me queda todavía
que sufrir, el rigor de esta agonía
de andar de este cuchillo a aquella espada.

Me callaré, me apartaré si puedo
con mi constante pena, instante, plena,
a donde ni has de oírme ni he de verte.

Me voy, me voy, me voy, pero me quedo,
pero me voy, desierto y sin arena:
adiós, amor, adiós, hasta la muerte.

Miguel Hernández

***************************************** 
*****************************************

EL RAYO QUE NO CESA

CORONA 1 - REYES FERRÁNDIZ - ESPAÑA



SONETO I

Yo sé que ver y oír a un triste enfada:
hasta a mí se me arruga el entrecejo
si me falta el criterio o el consejo
que maquille una pena disfrazada.

Ante cada imprevista encrucijada,
me concentro en mi afán, serio y perplejo,
porque sé que va en ello mi pellejo
si clava en mis ijares su lanzada.

Voy de la risa al llanto, marioneta
colgada de unos hilos invisibles
que escriben mi precaria biografía.

No han de valer mis dotes de profeta
ante tantos desastres previsibles
cuando se viene y va de la alegría.


SONETO II

Cuando se viene y va de la alegría,
un mundo maniqueo impone plazos
perentorios -cosidos a balazos 
de herética y agraz filosofía.

El bien y el mal son, ¡ay, quién lo diría!,
amantes que intercambian sus abrazos;
salud y enfermedad estrechan lazos
y flirtean en mares de utopía.

En mares de utopía, y contra el viento,
chapoteo en la espuma entre voraces
gaviotas que, en su loca algarabía,

me llevan de la euforia al desaliento...
y arribo, al fin, vencido y sin disfraces,
como un mar meridiano a una bahía.

SONETO III

Como un mar meridiano a una bahía,
así espera mi barco la marea,
con rumbo a un hogar sin sal ni brea
donde hornear el pan de cada día;

a una casa pintada, no vacía,
al amor de su tibia chimenea,
y al rescoldo fugaz que parpadea
brindándome calor y compañía.

Las horas y los días me dibujan
aves negras que graznan su cinismo
y vuelan por mi mente en desbandada.

Las horas y los días que me empujan
desde el borde preciso de mi abismo
a una región esquiva y desolada.


SONETO  IV

A una región esquiva y desolada,
dirijo mis maltrechas ilusiones;
decidido a cruzar los rubicones
porque quizás la suerte no esté echada.

Por si acaso la próxima riada
intenta subvertir mis convicciones,
alerta estoy, cargando de razones
las luces de la nueva madrugada.

¿Cómo andar el camino de regreso
que anunciaron antiguos almanaques
cuando los sueños van en retirada?

Presunto hipocondríaco confeso,
para lo que barruntan mis achaques,
lo que he sufrido y nada todo es nada.


SONETO V

Lo que he sufrido y nada todo es nada
y aún sería más nada si no fuera
porque hay una memoria traicionera
en mi torpe experiencia escarmentada.

Salté de barricada en barricada,
sin lábaro, estandarte ni bandera,
y aún puedo regresar a la trinchera
si la vida me tiende una emboscada.

La vida, la cabal causa y motivo
que mantiene mi agónico y maltrecho
corazón en precaria eudemonía.

Me consuela saber que sigo vivo,
que anclado a la esperanza está mi pecho
para lo que me queda todavía.


SONETO VI

Para lo que me queda todavía,
intento sacar fuerzas de flaqueza
porque insiste mi pírrica entereza
en la estéril razón de mi porfía.

Unas veces, mi escasa valentía
se enfrenta a los fantasmas, y tropieza
con el niño que fui, con la torpeza
de fingidos arrestos de osadía;

otras, me desoriento, pierdo el rumbo
y, cobarde, reniego de mi sino,
sumergido en fatal melancolía...

y, entonces, desnortado, me derrumbo,
pues es mejor la muerte que imagino
que sufrir el rigor de esta agonía.


SONETO VII

Que sufrir el rigor de esta agonía,
de esta pena que no mata ni muere,
es sentir la alimaña que me hiere
sin poder taponarme la sangría.

Ir de lo malo a lo peor sería
secundar lo que el fario me sugiere,
pues con cantos de triste miserere
consigue doblegar mi rebeldía.

Con caducas reservas de optimismo,
intento hacerle frente, testarudo,
con una fe quizás precipitada…,

pues dudo incluso a veces de mí mismo,
plantado ante el dilema peliagudo
de andar de este cuchillo a aquella espada.


SONETO VIII

De andar de este cuchillo a aquella espada,
que es como andar de Herodes a Pilatos,
no lograré olvidar los malos ratos,
pues siento en carne viva su estocada.

Las dudas que arrugaron mi almohada
se resisten a entrar en nuevos tratos
recordando los golpes insensatos
del ayer y su cruenta dentellada.

Pues no valen protestas ni desplantes
si el azar más fatal se confabula
frente a los sobresaltos de mi miedo,

y, aunque sienta alteradas mis constantes
si la angustia más negra me estrangula,
me callaré, me apartaré si puedo.


SONETO IX

Me callaré, me apartaré si puedo,
huyendo de gigantes y molinos,
quijotescos, absurdos y mezquinos,
que rompen mis esquemas con denuedo.

Pues ya no sé si avanzo o retrocedo
andando y desandando los caminos
y enfrentado a fantasmas repentinos
que pudren los cimientos de mi credo.

Vida, muerte y amor, mis tres heridas
incurables, que arrastro a donde vaya,
comparten ADN con la pena,

infectando sus ímpetus suicidas
mi lucha interminable, la batalla
con mi constante pena, instante, plena.


SONETO X

Con mi constante pena, instante, plena,
que acrecienta y desborda mi quebranto,
una vez más regresaré del llanto
con el que cumplo y pago mi condena.

¿Qué yunque, qué martillo, qué cadena
será el mudo testigo del espanto,
de tantas entelequias y de tanto
sofisma gangrenado en cada vena?

Parsimonioso, ahuyento los sutiles
atisbos de un perverso regocijo
sin vislumbrar mi sino ni mi suerte.

Cuando el ocaso sangra en mil añiles,
con un sol bajo el brazo, me dirijo
a donde ni has de oírme ni he de verte.


SONETO XI

A donde ni has de oírme ni he de verte,
camino vacilante, paso a paso,
a enterrar mi penúltimo fracaso,
mi nada existencial eterna y fuerte.

Me voy, y no me voy. Quizás despierte
más allá de las sombras del ocaso,
doblado por la edad, de luz escaso,
como un muerto viviente gris e inerte.

Mirad, mientras, el rayo que no cesa;
va, por mi corazón acorazado,
hundido en mis costillas, su torpedo.

Pervivo en la esperanza, en la promesa
de un nuevo amanecer al otro lado…
Me voy, me voy, me voy..., pero me quedo.


SONETO XII

Me voy, me voy, me voy, pero me quedo;
hay algo que acelera mi declive,
algo de mí se muere y algo vive,
algo me recupero y algo cedo.

Mas ¿cómo liberarme de este enredo,
descartando evidencias inclusive,
si hay un ciego destino que ya escribe,
sañudo, mi sentencia con el dedo?

He sentido en mis carnes tantas veces
el vaivén pendular entrecortado
de la ciega injusticia vil y obscena

que tal vez mal que bien pagué con creces
la terca obstinación de mi pecado;
pero me voy, desierto y sin arena.


SONETO XIII

Pero me voy, desierto y sin arena,
náufrago de voraces tempestades,
a pactar con las nuevas soledades
sin atender más cantos de sirena.

¿Cómo parar el látigo que truena
y el rayo que me parte en dos mitades?
¿Cómo escapar de las complicidades
del gotero de hiel que me envenena?

El dolor se hace cruces, se santigua
ante el tremendo vendaval que embiste
contra los muros de mi contrafuerte.

Detrás de los cristales, se amortigua
el rictus del adiós forzoso y triste:
¡Adiós, amor, adiós, hasta la muerte!


SONETO XIV

Adiós, amor, adiós, hasta la muerte;
en la resignación con que me entrego,
hay, más que un triste adiós, un hasta luego,
como una despedida, que convierte

en humo la esperanza de tenerte;
y, sin darme un minuto de sosiego,
este mar proceloso en que navego
en mí sus dudas encrespadas vierte.

Es mi alma la que sufre, llora y reza
por tantos despropósitos confesos
en esta cita a ciegas postergada.

Tendrás que disculparme la tristeza
que no logro sacarme de los huesos...
Yo sé que ver y oír a un triste enfada.

Reyes Ferrándiz (España)

******************************** 

EL RAYO QUE NO CESA

CORONA 2 - MARDY MESÉN RODRÍGUEZ - COSTA RICA



 SONETO I 


Yo sé que ver y oír a un triste enfada,
su augusta incertidumbre sin respeto
eleva, miserable, su esqueleto
y no puede esquivarlo la mirada.

Este triste responso sin coartada
que amordaza la pena que sujeto
es como un animal herido y quieto,
rendido al golpe cruel de una estocada.

¿Mas acaso tu piel de nardo y luna
recordará en su andar ocioso y bello
mi inefable expresión, mi lejanía?

Jamás podrá entenderlo tu fortuna,
pues solo arde en los ojos tal destello
cuando se viene y va de la alegría.


SONETO II

Cuando se viene y va de la alegría
cultivando lozanas experiencias,
crece un jardín de lúdicas creencias
que desdeña a la sombra más umbría.

¡Oh, insólita prisión del alma mía!,
es tan hosco el lenguaje que silencias
que la despierta sed de tus urgencias
solo has trocado en fiel melancolía.

Mas tú, como la noche, te abalanzas,
como la noche pálida y desnuda,
de modo que un mortal jamás podría

esquivar ni tus garras ni tus lanzas;
y circundas la pena de mi duda
como un mar meridiano a una bahía.


SONETO III

Como un mar meridiano a una bahía,
besa tu marejada transparente
esa quieta intención de mi alma urgente
con su sombra invernal lejana y fría.

Ha enmudecido el sol mi letanía,
ya mi voraz delirio va silente;
mi inadvertida boca en tu corriente
florecerá esta queja añil tan mía.

Quién pudiera ser vívido oleaje,
ahogar la llama intacta de tu celo
sin dejarse morir en la encrespada

de esa ruta abismal de tu paisaje…,
sin tener que partir en hondo duelo
a una región esquiva y desolada.


SONETO IV

A una región esquiva y desolada,
quiere emprender un viaje mi ternura
y arrastrar mi dolor en la locura,
mi piel de sal, mi verso en desbandada.

Zarpar de aquel color de tu mirada
con la desolación por armadura,
y ser de mi pasión abreviatura
frente a tu imagen tersa, imaginada.

¡Que este aliento insumiso se desborde!,
¡que la empinada ola me estremezca!,
quiere morir mi sangre atormentada…,

deja, latido, ya tu último acorde
porque, por más insulso que parezca,
lo que he sufrido y nada todo es nada.


SONETO V

Lo que he sufrido y nada todo es nada;
que el dolor me contenga, herido estoy;
no he de evadir mi sombra o lo que soy,
del dolor soy anzuelo y soy carnada.

Esta elegía en flor, enamorada,
de celo enciende el paso que ahora doy;
y el camino de ayer, más largo hoy,
oye gemir mi alma acorralada.

Quiero ofrendar mi cuerpo a tus abismos,
a tu cáustica lengua, mi sequía;
a esta letal fusión, los brazos mismos,

mi febril voluntad y mi poesía.
Falta tu piel y sobran espejismos
para lo que me queda todavía.


SONETO VI

Para lo que me queda todavía,
es mi expresión de duelo tan temprana
que a la aurora desplaza en lo lozana
y, en lo constante y fiel, al nuevo día.

Traigo el dolor por velo y compañía,
toda pena del mundo me es cercana,
y no hay otra emoción samaritana
que se apiade de mí por cortesía.

Un desierto me ahoga, un vil desierto
es en mi pecho daga, enredadera
que, aunque muriera yo, no moriría.

Porque, si se acabase estando muerto,
antes prefiero dar mi vida entera
que sufrir el rigor de esta agonía.


SONETO VII

Que sufrir el rigor de esta agonía
inconfesable, hostil, contradictoria,
como un dardo de hiel en la memoria,
¿qué sería peor, qué lo sería?

Me ha arrancado la luz que en mí vivía;
sin argumentos trazo nuestra historia,
es el miedo mi mar, mi trayectoria,
y un velamen de horror el que me guía.

Mientras mi odio conspira en el deseo,
se arremolina el sol cuando te veo
y vuelvo a aquella guerra silenciada.

No existirá razón a mi delirio,
mas me he rendido al sórdido martirio
de andar de este cuchillo a aquella espada.


SONETO VIII

De andar de este cuchillo a aquella espada,
como va el niño al juego, el viento al prado,
este celoso afán descontrolado
colindará, sin más, con la alambrada.

Sé que mi grima vive inacabada,
soy la raíz más mísera al cuadrado;
voy cegado al combate, voy cegado
a besar con fervor la cuchillada.

Quiero sentir la lumbre y el rugido
sobre mi intenso páramo vencido
ahogando mi querella con denuedo.

Mas, si no existe más que la certeza
de este dolor que acaba y luego empieza…,
me callaré, me apartaré si puedo.


SONETO IX

Me callaré, me apartaré si puedo,
con mi pluma desierta de razones,
a darle a la aflicción mis opiniones,
a silenciar mi fe con otro credo.

Nada espero en la nada y nada heredo,
mi corazón camina en direcciones
opuestas al calor de tus pasiones
y cualquier pretensión vuelve a ser miedo.

Llorar, quiero llorar, verter despacio
esta pulsión de clavos y alfileres
hasta purgar mi cárdena condena.

Porque quiero apartarte del prefacio
de este libro de amor que tú no quieres
con mi constante pena, instante, plena.


SONETO X

Con mi constante pena, instante, plena,
cambio de humor, de duelo y de amargura,
porque muero añorando tu figura,
porque todo de ti me desenfrena.

Este incoherente impulso me envenena,
me azota en el dolor de su tortura
como un raudal que arrastra mi estructura;
no hay fundamento, amor, para mi pena…

Te amo con la insolencia del deseo,
contrariando a la muerte en mi osadía
porque no hay otra forma de quererte.

Te amo continuamente y solo creo
que por dejar de amarte partiría
a donde ni has de oírme ni he de verte.


SONETO XI

A donde ni has de oírme ni he de verte,
arrastrando mi vida poco a poco,
calladamente exigua, me coloco
en el umbral oscuro de mi suerte.

En esta inmensa sed por poseerte,
la locura es el mal que me provoco,
y no sé si es verdad o me equivoco,
pero ya nada habrá que me liberte.

Todo muriendo está por mis entrañas,
es tu ausencia de besos larga hilera
del incendio voraz donde me enredo.

Llueve copiosamente en mis pestañas,
y, de tu boca amada, que es mi hoguera,
me voy, me voy, me voy, pero me quedo.


SONETO XII

Me voy, me voy, me voy, pero me quedo
entre tu pecho en flor, entre su aroma,
en la emoción letal que me desploma
cuando intento partir y retrocedo.

Quiero darte mi alma y te concedo
mi voz, mi abrigo táctil por idioma;
si hasta mi soledad tu piel se asoma,
cuanto valiera en mí por ti lo cedo.

Mas, al tener tus ojos frente a frente,
un torbellino agónico y rabioso
a la tristeza alada me encadena.

Y la noche se acerca negramente
porque me iré quizá con paso honroso,
pero me voy, desierto y sin arena.


SONETO XIII

Pero me voy, desierto y sin arena,
hasta el amargo bosque de tu olvido,
porque he podido ser lo que no he sido
y este dolor escarba entre mi vena.

No escuchó mi clamor tu risa plena,
ni mi susurro ancló junto a tu oído;
y a este toro que embiste embravecido
quiero ofrendar mi sangre y mi faena.

Tú, en el desgarro firme de mi labio,
tú, como herida y sal de mi despecho,
solo puedes ser tú quien me despierte.

Porque es tu aliento miel de mi resabio,
porque jamás te tuve entre mi lecho…,
adiós, amor, adiós, hasta la muerte.


SONETO XIV

Adiós, amor, adiós, hasta la muerte,
tu ensoñación jamás he abandonado,
donde quiera que vaya irá a mi lado
con el duelo vital que el alma advierte.

Fue mi estigma y error el conocerte,
mas básteme la luz que he contemplado
para encender el frío despiadado
que a tu impasible esencia le divierte.

Quizá siempre en mis sueños te persiga,
aunque ábregos contrarios los diluyan
con su profusa y clara dentellada.

Han de callar mis labios su fatiga,
porque, aunque mis anhelos se destruyan…,
yo sé que ver y oír a un triste enfada.

Mardy Mesén - Costa Rica 

**************************************

EL RAYO QUE NO CESA

CORONA 3 - TERESA FERNÁNDEZ - ESPAÑA 


SONETO I

Yo sé que ver y oír a un triste enfada
si crea de su duelo fortaleza,
pero el querer no ahuyenta la tristeza
ni induce a la razón a ser violada.

Debo enfrentar a solas la estocada
que un día y otro aguarda en la certeza
de estrangular con saña mi entereza
perforando mi esencia ensangrentada.

No quiero ser dolor ni la locura
que inste a envenenar el pensamiento,
tan solo soy, seré, simple elegía;

como el verso cargado de amargura
que fluctúa al vaivén de un fuerte viento
cuando se viene y va de la alegría.

SONETO II

Cuando se viene y va de la alegría
y la pena se filtra intermitente,
mejor cohibir el pálpito latente
y ampararse en la gris melancolía.

Cuando brota una lágrima sombría
que taladra el umbral del subconsciente,
y todo, todo, todo es recurrente,
el duelo se hace auténtico vigía.

Oscilo entre renuncias y deseos
que giran, giran, giran, soñadores,
al albur de una extraña sinfonía.

Mas percibo por dentro bisbiseos,
que acuden y se alejan, invasores,
como un mar meridiano a una bahía.

SONETO III

Como un mar meridiano a una bahía,
con suaves incursiones y recesos,
así penetra el vértigo en mis huesos
deslizándose tácito en la umbría.

Procuro resistir tu lejanía
tratando de olvidarme de tus besos,
que van difuminándose, inconfesos,
por esta intolerable tiranía.

Y acepto con quebranto la evidencia
de ver cómo la niebla se aventura
por recodos del alma atormentada.

Y abatida se exilia mi conciencia,
entre encrespadas olas de negrura,
a una región esquiva y desolada.

SONETO IV

A una región esquiva y desolada,
emigra un corazón estremecido
que nunca quiso ser y nunca ha sido
la víscera que ahora está postrada.

Ya nunca su latir, querida amada,
registrará tan íntimo latido,
su palpitar sensible fue al olvido
por una violación desvergonzada.

Ya todo es un querer morir muriendo
rendido a toda suerte de balazos
con toda la esperanza estrangulada.

Ya todo lo que fue se nos fue yendo
cercenado en adúlteros pedazos.
Lo que he sufrido y nada todo es nada.

SONETO V

Lo que he sufrido y nada todo es nada
con estos horizontes tan oscuros,
en ellos solo encuentro negros muros
que ocultan la traidora puñalada.

Y, aunque mantenga firme la mirada,
regresarán los pájaros impuros
acribillando el aire de conjuros
que enturbiarán mi sangre acelerada.

Pero soporto carros y carretas
por mor de un sentimiento que pervive
y que avala mi cómplice empatía.

Demasiado dolor por las cunetas;
intensa pesadumbre se percibe
para lo que me queda todavía.

SONETO VI

Para lo que me queda todavía,
es difícil hallar algún consuelo,
pues tanto es el dolor, tanto es el duelo
por no poder sentirte, amada mía,

que temo haber vivido una utopía;
y persigo ese cántico, ese vuelo
que mantuvo mi espíritu en el cielo
induciéndolo a fluir en poesía.

Prisionero de un círculo vicioso,
nada me impide ver la desventura
donde el amor, antaño, florecía,

y prefiero un deceso doloroso
huyendo del horror de la impostura
que sufrir el rigor de esta agonía.

SONETO VII

Que sufrir el rigor de esta agonía
es como un berbiquí torturador
horadando hasta el centro del dolor
un día y otro y otro y otro día.

Sobrecoge la voz de la herejía
que impone el despiadado violador
(el código constante del terror)
con su infame traición y alevosía.

Un futuro carnívoro me acosa,
cautivo de una bárbara sentencia,
mostrando su temible dentellada;

y me pierdo por una nebulosa,
que añade el ultimátum, la advertencia
de andar de este cuchillo a aquella espada.



SONETO VIII
-
De andar de este cuchillo a aquella espada
en este absurdo tramo de mi vida,
me rindo ante la furia genocida
que se expande implacable y despiadada.

Recuerdo el resplandor de la alborada
con aquel color púrpura suicida,
y tu luz (en la luz interrumpida)
acudiendo feliz y alborozada.

Recuerdo tu figura junto al río
leyendo, ensimismada, algún poema,
y acude, casi en ráfagas, el miedo

que se oculta en constante desafío.
Y, aunque estalle en mi espíritu el dilema,
me callaré, me apartaré si puedo.

SONETO IX
-
Me callaré, me apartaré si puedo
de la dulce caricia de tu voz;
es demasiado lúgubre y feroz
el estertor que silba en el hayedo.

Se me condensa el aire y retrocedo
al hiriente marasmo, portavoz
del endiablado fuego que, veloz,
recorre este submundo en que me hospedo.

Atempero este cíclico suplicio
derramando unas lágrimas urgentes
bajo una luna cómplice y serena.

Y recompongo el hálito y el juicio
para no herir los ánimos presentes
con mi constante pena, instante, plena.

SONETO X

Con mi constante pena, instante, plena,
arrastrada a raíz de una porfía,
peleo entre la furia y la miopía
de no ver la razón de esta condena.

Resisto todo el odio que almacena
la tan impresentable oligarquía,
y desprecio la altiva hegemonía
que consiente el maltrato y me enajena.

Allá donde resida la falacia,
me envolveré en la luz del raciocinio
controlando mi pánico a perderte.

Y, si fuera mi sueño tu desgracia,
huiré de tan amargo vaticinio
a donde ni has de oírme ni he de verte.

SONETO XI

A donde ni has de oírme ni he de verte,
marcharé tan contrito y tan distante
que nada hará creer que fui tu amante;
me marcharé, mujer, por protegerte.

Pero conjugo el verbo, el de quererte,
a cada hora del día, a cada instante,
sabiendo como sé que es vinculante
el fallo irrevocable de la suerte.

Mas siento cómo fluye un torbellino
que me sacude el alma si no estás;
tal es el despropósito, que cedo

a ese claro deseo peregrino,
pues no puedo sentirte si te vas;
me voy, me voy, me voy, pero me quedo.

SONETO XII

Me voy, me voy, me voy, pero me quedo,
desaparezco, amor, de este escenario
que pretende ceñirnos el sudario
por ir tan solo en contra de su credo.

No quiero ser el mártir ni el remedo
de un estúpido y bárbaro adversario
cuyo poder golpista y arbitrario
nos amenaza firme con el dedo.

Ya nada podrá ser si tú no estás;
y estallará un infierno si, al besarme,
se adhiriera tu pálpito a mi vena.

Sin ti, sin ti, sin ti, no hay nada más,
y quisiera contigo evaporarme,
pero me voy, desierto y sin arena.

SONETO XIII

Pero me voy, desierto y sin arena,
por la insidia mortal de un homicida,
por tanta y tanta lágrima vertida
que brota estrangulándome de pena.

Me voy, desaparezco de la escena
dejando el corazón en la partida,
esquilmada la luz, sobreseída
la esencia de la lluvia que me llena.

Me voy agonizante y mutilado,
sin fuerza para el lance de este reto
que me anula la acción de complacerte.

Me alejo de tus besos, de tu lado,
sin ti, pero contigo, aunque incompleto.
Adiós, amor, adiós, hasta la muerte.

SONET0 XIV
-
Adiós, amor, adiós, hasta la muerte;
emprendo en solitario este camino,
emigrando del dulce torbellino
que era oírte reír y estremecerte.

Derrotado, indefenso, casi inerte,
me enfrento a los azares de un destino
que quiere verme errante, peregrino,
penando la tortura de perderte.

Me escandaliza todo entre las rejas
de esta prisión maldita en que me hallo,
y debo acelerar mi retirada.

No quiero, amor, que sufras por mis quejas
ni por tanta ignominia que me callo,
yo sé que ver y oír a un triste enfada.

Teresa Fernández - España

*********************************

EL RAYO QUE NO CESA 

CORONA 4  CARLOS ELPOETAARTESANO - ESPAÑA



SONETO I


Yo sé que ver y oír a un triste enfada
cuando a veces sonríe y otras llora,
oscila como un péndulo el ahora,
a veces es remanso, otras, cascada.

Pasar de una sonrisa ilusionada,
pintada por las manos de la aurora,
a la lágrima más abrumadora
que brota del dolor en la mirada.

Se hace oscura la luz del pensamiento,
estridente la dulce melodía
que sonaba en la voz del sentimiento.

De vacío se llena la poesía
y el lirismo se viste de lamento
cuando se viene y va de la alegría.

SONETO II

Cuando se viene y va de la alegría
lo mismo que el vaivén de la marea,
la vida con el puño te golpea,
te golpea rompiendo la armonía.

Me duele hasta mi sombra negra y fría,
ya poco en este tiempo me jalea,
cansado estoy de tanta verborrea,
pues todo me parece una ironía.

Iré con paso lento hacia el baldío,
a páramos resecos de ilusiones
arrastrando mi gran melancolía.

Amor, siempre serás para mi frío
como ascua permanente; a mis razones,
como un mar meridiano a una bahía.

SONETO III

Como un mar meridiano a una bahía
que conoce su cenit y nadir,
cuando llego ya tengo que partir,
me arrebata la estrella que me guía.

El verso se transforma en elegía,
el corazón detiene su latir,
y no encuentro el remedio, el elixir,
que cure este dolor del alma mía.

Soy solo ese susurro que no escuchas,
que pasa por tu lado y no lo notas,
el eco de una voz casi apagada

que vuela desgarrada por las luchas
con alas desplumadas, casi rotas,
a una región esquiva y desolada.

SONETO IV

A una región esquiva y desolada,
iré con mis ideas y mi canto,
donde pueda dejar todo mi llanto
y esta carga que llevo tan pesada.

Me iré sobre el rocío, en la alborada,
a donde nadie vea mi quebranto,
pues me duele la vida tanto, tanto
que está la pobre ya desorientada.

Marcharé sin mi rosa de los vientos
tras esta muda voz que dentro escucho
hacia una tierra seca y olvidada.

Acallaré el gemir de mis tormentos,
y el pulso y el sentido, que ya es mucho...,
lo que he sufrido y nada todo es nada.

SONETO V

Lo que he sufrido y nada todo es nada
comparado con este sin sentido
de amar desde un abismo desabrido
que engulle mi canción desesperada.

¿A dónde se marchó la paz dorada?,
ya todo me parece estar perdido,
navajas y guadañas me han herido,
dejando mi esperanza casi helada.

Y reniegan mis ojos de su venda
con duelo y un espíritu cansado,
sumidos en tristeza muy sombría.

Es mucho lo que anduve por la senda,
mas es muy poco todo lo pasado
para lo que me queda todavía...

SONETO VI

Para lo que me queda todavía
por luchar, es muy poco lo lidiado;
me duelen las heridas demasiado,
mas sigue estando en pie mi cortesía.

No puedo soportar la tiranía
de verme separado de tu lado,
los perros de la guerra han mutilado
mis sueños con su oscura artillería.

Si algún día me muestran nuevos rumbos,
hacia otros horizontes miraré...,
quizás calle esta vieja letanía...

Pero, mientras, voy solo, dando tumbos,
y añado a los pesares que tendré
que sufrir el rigor de esta agonía...

SONETO VII

Que sufrir el rigor de esta agonía,
la ausencia de tu amor y tu hermosura,
el triste deambular de mi figura,
es el pan que me como cada día.

Mas prefiero vivir en zona umbría
rozando con mis sueños la locura
de quererte sabiendo que no hay cura
que renunciar a ti, dulce utopía.

Cansados van mis huesos por caminos
que solo yo transito, despojados
de carne, piel y sangre apasionada.

Cansados van mis tuétanos, mohínos
por la aridez del tiempo, acongojados
de andar de este cuchillo a aquella espada.

SONETO VIII

De andar de este cuchillo a aquella espada,
les sangran las heridas a mis pasos,
supuran decepciones mis fracasos
quedando la esperanza abandonada.

Le escuece cada huella a mi pisada,
que camina a merced de los acasos;
no se para la vida, no hay retrasos,
y la parca me espera enamorada.

Retendré lo que siento, aunque es atroz,
aun siendo la razón de mi dolencia,
guardaré mi cariño con denuedo.

Trataré de alejarme de tu voz
llevando la palabra que silencia,
me callaré, me apartaré si puedo...

SONETO IX

Me callaré, me apartaré si puedo
lejos de tu presencia que es mi impulso,
me marcharé sin ti con paso insulso
junto a esta soledad que me da miedo.

Me voy con mis anhelos y mi credo,
distante de tu amor que es acre mulso;
me voy tras los latidos de mi pulso,
siguiendo a su estruendoso ritmo quedo...

Sopla el viento silbándome en la cara,
y, al mirar y no ver sin tus luceros,
su canción me recuerda mi condena.

Llevo este sentimiento mío al ara
del rechazo con signos lastimeros,
con mi constante pena, instante, plena...

SONETO X 

Con mi constante pena, instante, plena,
sin siquiera un resquicio de consuelo
que pueda recordarme que hay un cielo
y me pueda librar de mi cadena,

me pierdo haciendo mutis de la escena,
volando con mi verso a ras de suelo,
guardando mi sollozo en el pañuelo
que enjuga este dolor que a mí me apena.

Y llevo mi pellejo hacia el abismo
donde mueren mis pálidas pasiones
sin dejar ni un segundo de quererte.

La vida sin tu amor es espejismo,
mas debo de partir a otras regiones,
a donde ni has de oírme ni he de verte.

SONETO XI

A donde ni has de oírme ni he de verte,
se dirige esta sombra que me habita,
llevando la confianza, ya marchita,
a un lugar donde pueda hacerse fuerte.

Me alejo con mi anhelo yerto, inerte,
pues siento que mi vida está proscrita,
con mi callada voz que al aire grita
los silencios en busca de su suerte.

Y mientras, me desangro por los ojos,
sin lágrimas se quedan mis arterias,
mas, amor, por tu olvido ante ellas cedo.

Me llevo mi canción y mis abrojos,
me llevo mis fracasos y miserias,
me voy, me voy, me voy, pero me quedo...

SONETO XII

Me voy, me voy, me voy, pero me quedo…,
se quedan estos versos que ahora escribo
en la sombra; sin ti ya no hay motivo
para seguir en medio de este enredo.

Soy como el triste pan, ya sin molledo,
que ha perdido su sal y su atractivo,
apenas con mi aliento sobrevivo...
Cual piedra en el camino, ruedo y ruedo.

Me voy, pero se queda este sentir
que no puedo ni quiero silenciar,
y que lleva mi herida a la gangrena.

Yo quisiera poderme resistir,
aunque quedara fuera de lugar,
pero me voy, desierto y sin arena...
-
SONETO XIII

Pero me voy, desierto y sin arena,
despoblado del ser que me habitaba;
ahora te libero de mi traba
sabiendo que esta grima te es ajena.

Le sobran los motivos a mi pena,
perdida entre veredas que soñaba
los días que creía que era brava,
y camina anhelante, mas serena.

Me dirijo al arcano del destino,
donde me lleve el hado caprichoso
y de este amargo sueño me despierte.

Me esfumo como el humo mortecino,
vacío, solitario, silencioso...;
adiós, amor, adiós, hasta la muerte.

SONETO XIV

Adiós, amor, adiós, hasta la muerte,
donde está la matriz de las matrices,
donde tal vez podamos ser felices
y nada a nuestro sueño desconcierte.

Tal vez allí, al final, mi tino acierte
y consiga borrar las cicatrices;
allí donde se clavan las raíces,
quizá de esta desdicha me liberte.

No quiero que recuerdes mi indigencia,
ni veas este abismo que contengo;
se marcha con su cruz mi alma cansada.

Y cruzaré el confín de la existencia
sin que veas el duelo que yo tengo;
yo sé que ver y oír a un triste enfada...


Carlos Elpoetaartesano – España

****************************

EL RAYO QUE NO CESA

CORONA 5 – MARCOS CIRCENSES – ESPAÑA 


SONETO I


Yo sé que ver y oír a un triste enfada
-quizá será el afán de los mortales
que buscan comprensión en sus iguales-,
y aquello que nos duele desagrada,

pues nada se alimenta de la nada.
Al mundo le contamos nuestros males,
tan secos como mustios lagrimales
de anciana meretriz desconsolada.

Yo sé que el mal y el bien caminan juntos,
que todo es bien y mal en el camino,
plagado de recuerdos de difuntos
velando los jalones del destino,

y queda una vital melancolía
cuando se viene y va de la alegría.

SONETO II


Cuando se viene y va de la alegría,
se vive la pasión intensamente,
retienen los sentidos la armonía
que media entre el ocaso y el naciente.

Cuando se viene y va de la tristeza,
el pasado esclaviza nuestros sueños
y le roba al presente la belleza
con el más maquinal de sus empeños.

Cuando se viene y va de la tortura,
el amor es bisagra entre dos mundos:
el que roza el perfil de la locura
y aquel de los delirios iracundos.

Ya sacude el juglar la lozanía
como un mar meridiano a una bahía.

SONETO III

Como un mar meridiano a una bahía,
acaricia el silencio los sentidos
y los nutre de paz en su agonía
al sentir uno a uno sus latidos.

La esperanza despierta con la aurora,
con la aurora renacen los anhelos,
los anhelos del alma soñadora
que soñó con la calma de los cielos.

Pero el día transcurre inexorable,
y sus luces son sombras de fracaso
en su ruta continua e implacable
desde el orto fugaz hasta el ocaso.

Nos traslada el sopor, de madrugada,
a una región esquiva y desolada.
-
SONETO IV

A una región esquiva y desolada,
donde el silencio acalla los sonidos,
una inquietante angustia me traslada
por el carril vital de los sentidos.

Gime un fragor sereno y entregado
en las entrañas mismas del deseo,
que, desde el mustio abismo del pecado,
en la pasión encuentra su trofeo.

Cuando se oculta el sol en los confines
de los inicuos ocres de la bruma
por los senderos burdos de los ruines,
todo mi ardor empático se esfuma

en el agudo filo de la espada.
Lo que he sufrido y nada todo es nada.

SONETO V

Lo que he sufrido y nada todo es nada,
y nada es el solaz y el acomodo;
es nada la fatídica alborada
y nada, la hermenéutica del todo.

Acaso es nada la verdad desnuda,
y todo y nada penden del abismo
cuando es el todo una eterna duda,
porque el todo y la nada son lo mismo.

Es, quizá, la existencia el absoluto,
y el latido vital solo es la huella,
un instante fugaz y diminuto,
de una luz en la nada que destella.

Imploro del amor la melodía
para lo que me queda todavía.

SONETO VI

Para lo que me queda todavía,
buscaré, entre las sombras contumaces
que nublan mi razón, la simetría
entre sueños discretos y procaces;

y estudiaré, a la luz de las promesas,
los libros que la gloria me dedique,
por si hallase en sus páginas ilesas
las últimas palabras que publique:

la mar, el sol, la paz y la esperanza,
y quizás el amor y la ventura
que anhela mi razón pero no alcanza;
no está mi libertad en la cordura.

Prefiero mantener mi fantasía
que sufrir el rigor de esta agonía.

SONETO VII

Que sufrir el rigor de esta agonía
ante la ronca voz del artificio
es, lo sé, la ilusión de una empatía
que nace entre los folios de mi oficio

y muere entre la obscenidad del lodo,
que pisan en silencio mis secretos.
Pero puede que encuentre el acomodo
en los lazos impúdicos e inquietos

que aparejan la vida con la muerte,
un estado irreal de duermevela
que nubla la razón y la convierte
en sueño del que sueña lo que anhela,

cansado, ante el albur de la alborada,
de andar de este cuchillo a aquella espada.
-
SONETO VIII

De andar de este cuchillo a aquella espada,
de andar de la escasez a la carencia,
de andar de este relente a aquella helada
tengo en los pies el fiel de mi conciencia,

cansada de vivir sobre un alambre;
cansada, porque todo en esta vida
es ir de las penurias hasta el hambre;
cansada de esta llaga y de esta herida;

de esta mortal sentencia, de esta lucha
contra las acechanzas del Benigno
cuando en mi amarga soledad me escucha
entre las carcajadas del Maligno.

Y cuando ante mis ojos tenga el miedo,
me callaré, me apartaré si puedo.

SONETO IX

Me callaré, me apartaré si puedo
de esa rosa que clava sus espinas
sobre mi cruz, sobre el altar y el credo
de mi rezo plagado de rutinas.

Conminaré, con la vital plegaria
de quien fía sus sueños a la suerte,
a la indulgencia, en oración, plenaria
del beatífico ser que me pervierte.

Invocaré, ya de temor desnudo,
a los dioses infames del olvido
con el febril y demencial, agudo
e infantil, lloriqueo del herido,

para olvidar el mal que me condena,
con mi constante pena, instante, plena.

SONETO X

Con mi constante pena, instante, plena,
me adentraré consciente en lo siniestro;
solo tendré de luz la luna llena
que alumbrará el hogar de mi maestro.

Sé que el vértigo afín a mi vigilia
me condena a sufrir todos los males
de quien nunca con nadie se concilia
y escapa del común de los mortales.

Y sé, también, que escucharás mis gritos
como quien oye el canto de los grajos,
porque es mi prez la voz de los malditos
y mi valor, la cruz de mis trabajos.

Y sé que así me llevará el quererte
a donde ni has de oírme ni he de verte.

SONETO XI

A donde ni has de oírme ni he de verte,
llegaré por la senda del oprobio;
porque lo que he perdido se convierte
en la celda fatal de mi cenobio.

Te diré, y el decirlo me condena
-no a la muerte, que acaso me redima
al susurro constante de una pena
que mi terrible soledad sublima;

que el desdén, mayestático e infame,
en tu verbo fatídico e ingrato
es el precio que acaso me reclame
el sellar con mi sangre nuestro trato.

Ya digo siempre cuando retrocedo:
me voy, me voy, me voy, pero me quedo.

SONETO XII

Me voy, me voy, me voy, pero me quedo
aquí, porque es perderte mi castigo;
pero es tenerte, incluso cuando cedo,
peor aún que el tiempo que maldigo.

¿Por qué no puedo amar a quien me ama,
y sin embargo amo a quien me odia?
¿Por qué no puede arder la eterna llama
de la irredenta voz de mi prosodia

y conquistar así las sinrazones
de aquella a quien demanda mi lujuria?
¿Qué tendrán los injustos corazones,
que ceden a las voces de la injuria?

Me quedo ante los dientes de la hiena,
pero me voy, desierto y sin arena.

SONETO XIII

Pero me voy, desierto y sin arena,
ya vacío de aquello a lo que temo.
Traje al llegar la miel y la azucena,
dejé al salir la hiel y el crisantemo.

Llega el adiós en tiempo de los holas;
el respeto sucumbe ante el desaire;
y el desconsuelo amargo que enarbolas
me difumina en gotas por el aire.

Ya no hay ranas ni lotos en el río:
ya la escarcha germina sobre el prado;
la espesura que acecha desde el frío
se acomoda indolente en mi costado;

y así debo aceptar mi mala suerte;
adiós, amor, adiós, hasta la muerte.

SONETO XIV

Adiós, amor, adiós, hasta la muerte,
ese instante fugaz que se eterniza,
cuando no, decididamente, advierte
que toda alma vital se paraliza

en donde nada existe, ni conciencia
ni razones; ni tan siquiera amor.
Al alba, llevaré mi penitencia
en las garras del odio y del dolor.

hasta el borde irreal del pensamiento,
donde la nada soy, y el absoluto,
y, como la absoluta nada, miento,
en tan solo un instante diminuto.

Pero me callo, porque soy la nada.

Yo sé que ver y oír a un triste enfada.

Marcos Circenses - España 

***********************************

EL RAYO QUE NO CESA

CORONA 6 - M. CARMEN R. CAMARGO - ESPAÑA 


SONETO I

Yo sé que ver y oír a un triste enfada;
y que es de mi conciencia desatino
saber y no saber, me lo imagino,
que a nadie esta amargura sea dada.

En discordia está el alma quebrantada,
de no verte se nubla mi destino,
como se nubla el sol en cielo albino
con el frío polar de mi morada;

y, en este sinvivir, con hierro airado,
sellaré los silencios de mi boca
en esta noche triste, y negra, y fría.

Y el mísero gemido sepultado
en este corazón que se desboca
cuando se viene y va de la alegría.
-
SONETO II

Cuando se viene y va de la alegría,
ni el más forjado corazón de acero
resiste del dolor el cruel mortero
sin derramar su sangre al claro día.

¿Quién, sollozando el alba, quedaría
impávido a su llanto en el sendero,
esperando quizás a un viento austero
que lo acune en su airada melodía?

¿Quién le dará consuelo en estas horas,
con profunda aflicción ante mi pena
y libre del martirio, al alma mía?

Han de volver mis lágrimas sonoras
como vuelve al albor la luz serena,
como un mar meridiano a una bahía.

SONETO III

Como un mar meridiano a una bahía
donde las olas apacibles mueren,
como las sombras que a los cielos hieren
cuando rompen las nubes su armonía,

así este corazón, que otrora ardía
y hoy solo las penumbras le requieren,
dejándose morir sin que le alteren
las sombras de la noche más umbría.

Así pasa un momento a otro momento
y vivir o morirse nada importa
cuando se tiene el alma amortajada

con el frío mortal del desaliento,
y es tan vasto el dolor... que lo transporta
a una región esquiva y desolada.-

SONETO IV

A una región esquiva y desolada
me llevará este amor que por ti siento,
y me iré con el alma encadenada
a las profundas simas del tormento;

no me verás llorar entre los cardos
cuando la pena inunde mi persona,
y los vientos instiguen con sus dardos
a este duelo que llevo por corona.

Con esta pena anclada en lo profundo
del latido donde el dolor se hospeda,
caminaré cual sombra inanimada.

Y en este atroz delirio me derrumbo
sintiendo que es peor lo que me queda,
¡lo que he sufrido y nada todo es nada!
-
SONETO V

Lo que he sufrido y nada todo es nada
si sumergido sigo en este duelo
de desértico frío y desconsuelo
huyendo de tu gélida mirada.

La luna inerte, y pálida, y callada,
en su eclíptica ronda por el cielo,
en muda soledad, será el consuelo
que alivie mi dolor de madrugada.

Y, al aullido del alba, desolado,
resonará en mi sangre su quejido
repitiendo su mustia letanía

como un puñal al pecho traspasado.
¡Y no es tanto el dolor de lo sentido
para lo que me queda todavía!

SONETO VI

Para lo que me queda todavía
voy cruzando la noche más oscura,
hasta alcanzar la fría sepultura
que a estos tristes despojos desafía.

Ni sombra soy, ni pálido reflejo
en las oscuras aguas de esta tierra
inhóspita, escarpada como sierra,
que lacera mi piel con filo añejo.

La vasta oscuridad que me acompaña
con su aliento mortal me ha derribado,
como al rocío el sol en su ardentía.

Mientras sigo en las garras de esta araña
donde es mejor morir acuchillado
que sufrir el rigor de esta agonía.


SONETO VII

Que sufrir el rigor de esta agonía
es enfrentarse al rayo que no cesa
dentro del corazón donde, confesa,
guardo la pena que al dolor me envía.

Buscaré en las moradas silenciosas
el descanso y la paz que en vano espero
de este martirio agudo y tan severo
que me atrapa en sus redes tormentosas.

Y, ciego de dolor, cansado y solo,
como el pastor que pierde su rebaño,
voy del anochecer a la alborada

buscando de la muerte el frío dolo,
cansado de sufrir el desengaño
de andar de este cuchillo a aquella espada.

SONETO VIII

De andar de este cuchillo a aquella espada,
siento el dolor más crudo y más salvaje,
cual náufrago aferrado a su bagaje
tratando de alcanzar una ensenada,

y, en sus ansias, la mar desaforada
le arrebata el valor de su coraje
devastando su fuerza en el ultraje
y lo arrastra en su furia desatada.

A la deriva, huérfano de amor,
solo, solo, y ahogándome en el miedo,
perdido entre las sombras del dolor,

lejos de ti, con pena y con denuedo,
queriéndote gritar… ¡Más no!, mejor
me callaré, me apartaré si puedo.

SONETO IX

Me callaré, me apartaré si puedo;
si me deja esta pena palpitante,
me apartaré con el dolor constante
de haber perdido todo, hasta mi credo.

Y, si el llanto que empaña mi pupila
con el lúgubre adiós de mi fortuna
no me dejase ver salida alguna,
me apagaré en el lodo que destila

esta insaciable y honda podredumbre;
en el fondo sin fondo de un abismo,
sufriré amargamente mi condena,

mas no ha de ser en ti una pesadumbre,
que yo deambularé con estoicismo
con mi constante pena, instante, plena.

SONETO X

Con mi constante pena, instante, plena,
tan plena que en mi alma cristaliza,
dejando voy un rastro de ceniza
en esta senda gris de sombras llena

donde solo los tristes tienen paso.
Me adentraré al son del llanto mío,
sabiendo que a morir el alma envío
a las negras tinieblas de mi ocaso.

Siento en el corazón la fría garra
de la muerte que acecha codiciosa,
la rendición del alma tras perderte.

Con esta soledad que me desgarra,
caminarán mis pies hasta la fosa
adonde ni has de oírme ni he de verte.

SONETO XI

Adonde ni has de oírme ni he de verte,
allí donde el dolor al cielo implora,
me llevarán mis pasos sin demora
al negro porvenir de un mundo inerte.

Por el páramo yermo de mi vida,
muriendo voy de ti desamparado
y de mí mismo…; el corazón hartado
agranda, en su latido, más mi herida.

Lejos del huracán que me desalma
ciñendo más aún mis ataduras,
me voy cual apestado a su degredo,

llena de luto y de dolor el alma,
a través de intrincadas espesuras,
me voy, me voy, me voy, pero me quedo.

SONETO XII

Me voy, me voy, me voy, pero me quedo
en esta tierra, de aflicción guarida,
donde nadie me ve ni voz anida
que aplaque esta ansiedad que de ti heredo.

Con cuánta lentitud las horas pasan
cuando el amor en nada se alimenta,
y en todo esta amargura se sustenta.
¡Ay, qué lentas al corazón traspasan

y qué veloces son en mi memoria!,
Tu boca, que era fuente de frescura,
es un amargo cáliz que envenena.

Quisiera, en mi locura transitoria,
quedarme y ser alfil de tu hermosura,
pero me voy, desierto y sin arena.

SONETO XIII

Pero me voy, desierto y sin arena,
a este retiro lóbrego y sublime
donde la nada como el plomo oprime
al alma que a la muerte se encadena.

Porque a la nada voy sin luz ni guía,
soportando esta cruz y escarnecido
entre las azucenas del olvido
que crecen en la gris melancolía.

Entre ceniza y polvo, ya me veo
donde la sombra del ciprés me llama
al lúgubre suspiro de mi suerte.

Fui de tu corazón cautivo y reo
y muero lentamente y sin proclama,
adiós, amor, adiós, hasta la muerte.

SONETO XIV

Adiós, amor, adiós, hasta la muerte,
donde, tal vez, en célica alegría,
pueda el alma vivir en armonía
y el Eterno de penas nos liberte.

O, tal vez, todo esto sea un sueño
de un loco enamorado y moribundo,
un desvarío errático y profundo
de un hombre que en morir pone su empeño.

Adiós, amor, me voy hacia otros lares
donde la muerte al corazón espera
para darle su última estocada.

Sin querer dar a nadie mis pesares,
me voy sin despedida lastimera;
yo sé que ver y oír a un triste enfada.

Mari Carmen Rodríguez Camargo - España

************************************* 

EL RAYO QUE NO CESA

CORONA 7 - LUIS SALVADOR TRINIDAD - COSTA RICA


SONETO I

Yo sé que ver y oír a un triste enfada
porque se nos revuelca la conciencia
al ver tanta injusticia provocada
por la mala ambición y la violencia.

Se muere la esperanza pisoteada
por el peso de burda indiferencia
de una mediocridad mal enraizada
entre oscuros cimientos de impotencia.

No puede el alma endeble sacudirse
la pena que la oprime y que la hunde
en densa tempestad oscura y fría

sin luz ni faro a donde dirigirse.
El miedo con el llanto se confunde
cuando se viene y va de la alegría..


SONETO II

Cuando se viene y va de la alegría,
ataca un general escalofrío,
el interior del alma se resfría
y el pecho se atosiga de vacío.

Cuando se viene y va de la penumbra,
la vida sube y baja cual marea,
la sonrisa del sol no se vislumbra
y la cálida brisa no ventea.

Cuando naufraga herida la esperanza,
se cuestiona la fe que profesamos;
se inclina al negativo la balanza

por el peso de tanto que extrañamos.
Y azota un huracán de rebeldía
como un mar meridiano a una bahía..

SONETO III

Como un mar meridiano a una bahía
van fluctuando en el alma sentimientos
repentinos, que infunden mejoría
y brilla la esperanza por momentos.

De repente se vive la ambrosía
que solo imaginamos en los cuentos,
pero luego regresa la apatía
y comienzan de nuevo los tormentos.

Tormentos que nos hieren porque levan
la ilusión más querida y deseada
y ante el orgullo propio se sublevan

como viento de mar huracanada,
y, con sus fuertes ráfagas, nos llevan
a una región esquiva y desolada.

SONETO IV

A una región esquiva y desolada,
va alienándose el ego en la tristeza
y se pierde la calma y fortaleza
quedándose mi alma maltratada.

Y, en aquella región tan alejada,
voy perdiendo el valor de la belleza,
se me confunde el mundo en la cabeza
y todo me parece una trastada.

Hoy añoro el regreso a lo que fue
queriendo revivir las ilusiones
que viví entre los brazos de mi amada,

mas, perdiendo el sentido de la fe,
supuran mis heridas, mis lesiones,
lo que he sufrido y nada todo es nada.

SONETO V

Lo que he sufrido y nada todo es nada,
esa nada me cala tan profundo
que quisiera largarme de este mundo
por salir de mi noche trasnochada.

De esta noche tan triste y tan callada
que me hunde en el silencio más rotundo,
silencio que carcome y que es oriundo
del alma cuando sufre enamorada.

Sin poder ver el fin de este calvario,
dirijo mi plegaria al infinito;
invoco a San José, a Santa María

y a todos los poderes del santuario
pidiéndole el tesón que necesito
para lo que me queda todavía.

SONETO VI

Para lo que me queda todavía
en este vendaval de frustraciones,
escucha, mi Señor, las oraciones,
no desoigas mi lerda letanía.

Mi vida es un infierno y se diría
que estoy pagando caro mis acciones;
cuando el pecho no entiende de razones,
se ahoga en esta pena que es tan mía.

Esta pena que es mía, cual cadena
me castiga tan solo por amarte
como nunca pensé que te amaría.

De no encontrarle fin a esta condena,
prefiero antes morir en cualquier parte
que sufrir el rigor de esta agonía.

SONETO VII

Que sufrir el rigor de esta agonía
es como quedar muerto y sepultado,
total, desde pequeño había pensado
que del polvo nací y a él volvería.

Mas nunca imaginé que moriría
por un dolor de amor, crucificado
como Cristo en la cruz, y condenado
como si amarte fuera una herejía.

Estoy cansado, vida, del suplicio
de tanto amarte, tanto, y no tenerte
en mi amarga existencia despreciada.

Y estoy cansado, amor, del maleficio
que me ata a esta maldita y triste suerte
de andar de este cuchillo a aquella espada.

SONETO VIII

De andar de este cuchillo a aquella espada,
se me quebranta el alma adolorida,
y sangro a borbotones por la herida
que me causas con cada puñalada.

Sufro en cada desprecio una estocada
que apaga mi deseo por la vida,
se escapa mi ilusión, despavorida,
tras la misma canción desesperada.

Prometo no acercarme si te viere;
no hablaré por ahorrarte algún encono
y porque tu desprecio me da miedo.

Un miedo que congela y que me hiere,
y, aunque de solo verte me ilusiono,
me callaré, me apartaré si puedo.

SONETO IX

Me callaré, me apartaré si puedo,
pues, si es propio del hombre enamorarse,
lo es también evitar cualquier enredo
y le conviene a veces retirarse .

Me callaré para evitar insultos,
es mejor dialogar, los dos calmados
recordemos que somos seres cultos
y podemos hablar siendo educados.

Me apartaré, si quieres, del camino
por donde se pasean tus memorias;
me marcharé buscando otro destino,

cansado de llorar como las norias,
sin que me alumbre sol, ni luna llena,
con mi constante pena, instante, plena.

SONETO X

Con mi constante pena, instante, plena,
me iré, a donde me lleve mi desquicio,
arrastrando el dolor que me encadena
en esta esclavitud sin beneficio.

Me hace esclavo el recuerdo que me envicia
como envicia la noche a los amantes,
el murmullo al oído, la caricia,
y las frases de amor, tan excitantes.

Entiendo que es un cuento del pasado
y que exigir distancia es tu derecho,
mas muero, muero, muero enamorado,

sin saber al final qué mal te he hecho.
Me iré, ya que no puedo retenerte,
a donde ni has de oírme ni he de verte.

SONETO XI

A donde ni has de oírme ni he de verte,
en este intento vano de olvidarte,
me marcharé, me iré por no ofenderte
sin intentar jamás recuperarte.

Me volveré si quieres piedra inerte,
mis ojos cerraré para evitarte;
me negaré el derecho de quererte
y secaré mi llanto al recordarte.

Me voy, mi amor, me voy, sin querer irme
y, a mitad del camino, retrocedo,
pues no encuentro el valor para rendirme

aunque ande moribundo en este ruedo,
y, entre el morir de amor y el no morirme,
me voy, me voy, me voy, pero me quedo.

SONETO XII

Me voy, me voy, me voy, pero me quedo
por no querer sufrir en la distancia,
me quedo a soportar tu intolerancia
y, aunque debo marcharme, no procedo.

Pero en la encrucijada en que me hospedo,
me castiga tu vil preponderancia
y, al sentir el furor de tu arrogancia,
se quiebran las columnas de mi credo.

Prefiero probar suerte en otros mares
buscando una bahía más serena,
me voy, me voy, me voy, con mis pesares

a donde sople el viento brisa buena.
Me voy, porque lo dictas, a otros lares,
pero me voy, desierto y sin arena.

SONETO XIII

Pero me voy desierto y sin arena
porque todo lo nuestro te lo dejo,
te dejo esta pasión que desenfrena
llenando pecho y mente por parejo

y corre en cada arteria, en cada vena,
como corre el licor de vino añejo.
Te dejo este fracaso que me drena
y me va convirtiendo en el reflejo

de lo que quise ser y que no he sido.
Ya, estando casi muerto, me despido
sabiendo que no supe comprenderte,
y, al tiempo que se muere la ilusión,

va muriendo igualmente el corazón;
adiós, amor, adiós, hasta la muerte.

SONETO XIV

Adiós, amor, adiós, hasta la muerte,
la muerte que con ansias hoy espero,
suplicando morirme, no me muero,
y mi llanto no logra detenerte.

El verme moribundo te divierte
y ríes porque ves mi derrotero,
bien sabes que me mata el desespero
y la noción frustrante de perderte.

Aposté a conquistarte y perdí todo,
pues me serviste sucia la jugada
y me ensuciaste el alma con tu lodo.

Aquí queda esta historia inacabada,
que a muchos les molesta y, de algún modo,
yo sé que ver y oír a un triste enfada.

Luis Salvador Trinidad 

********************************

EL RAYO QUE NO CESA

CORONA 8 - CARMEN AGUIRRE - ESPAÑA


SONETO I

Yo sé que ver y oír a un triste enfada…,
pues no tengo bastante fortaleza
para ver mi agonía reflejada
en la gran magnitud de su crudeza.

Sufro del desamor la cruel cornada
que atraviesa mi pecho con fiereza
dejando a la esperanza aprisionada
en los ojos sin luz de la tristeza.

Mas no puedo soltar esa atadura
que me amarra a la noria del tormento
donde gira la pena noche y día.

Y, en medio de esta gélida tortura,
se deshoja la flor del sentimiento
cuando se viene y va de la alegría.

SONETO II

Cuando se viene y va de la alegría
sin visos de encontrar una esperanza…,
yo pongo lo vivido en la balanza
y me invade una gris melancolía.

No sé de qué manera lograría
poner veto a esta angustia que ya avanza;
y hacer con mi memoria una alianza
que destierre el dolor del alma mía.

Mientras más persevero en alejarte,
más me enreda la brisa de tu viento
en la llama febril de la utopía.

Y, en ese vano intento de olvidarte,
siempre regresa a ti mi pensamiento
como un mar meridiano a una bahía.

SONETO III

Como un mar meridiano a una bahía,
rindiendo a la tristeza vasallaje,
se rinde el corazón al abordaje
de la pena más honda y más sombría.

Hasta la misma pena se dolía
al verme naufragar en su oleaje,
sin poder desasirme del cordaje
de esta pasión que hacia el dolor me guía.

Cargando con la cruz de mi destino,
me envuelven las tinieblas fieramente
negándome la luz de la alborada.

Mas sigo paso a paso ese camino
que me conduce irremediablemente
a una región esquiva y desolada.

SONETO IV

A una región esquiva y desolada,
llegué por este amor que me atormenta;
llegué donde la angustia se aposenta
y la ilusión se muere desgajada.

Me encuentro en una amarga encrucijada
que aviva tu recuerdo y que lo avienta...
No perdono a esta vida que me enfrenta
a lucha tan feroz y despiadada.

He llegado al umbral del desconsuelo…,
tus alas no sustentan ya mi vuelo
ni me alumbra el fulgor de tu mirada.

Los sueños no abren puertas a la aurora,
y, ante esta oscuridad abrumadora,
lo que he sufrido y nada todo es nada.

SONETO V

Lo que he sufrido y nada todo es nada;
nada queda después de haberlo todo.
Arrastro una existencia desgraciada
que no puedo eludir de ningún modo.

¿Cómo encontrar la calma deseada
al borde del abismo en que me acodo?
En pugna con mi propia marejada,
me voy hundiendo en tierra, piedra y lodo.

Y es que sin ti la paz me deshereda…,
marchita y deshojada está la rosa
que, hace tiempo, en mi pecho florecía.

Mas he de resistir aunque no pueda;
lo que llevo pasado es poca cosa
para lo que me queda todavía.

SONETO VI

Para lo que me queda todavía,
le falta a mi dolor espacio y llanto.
Hasta el inmenso mar desbordaría
este dolor que duele tanto y tanto.

La soledad me oprime y me vacía
llevándome a las lindes del quebranto,
y, en esta asoladora compañía,
solo vislumbro el reino del espanto.

Yo sé bien que no tengo escapatoria…
Tu recuerdo me surca la memoria
como una cicatriz mordiente y fría.

Acabar, de una vez, yo bien quisiera;
la muerte me ha de ser más llevadera
que sufrir el rigor de esta agonía.

SONETO VII

Que sufrir el rigor de esta agonía
es tener el infierno aquí en la tierra;
y me voy requemando en la ardentía
de este penar que a mi sentir se aferra,

sintiendo como perros en jauría
me muerden esta llaga que no cierra…
Porque esta herida mía, solo mía,
es la señal amarga de esta guerra

que he intentado lidiar, y que he perdido;
pues tu presencia brota del olvido
dejándome su espina atravesada.

¡No aguanto más un lastre tan pesado!,
mi pobre corazón ya está cansado
de andar de este cuchillo a aquella espada.

SONETO VIII

De andar de este cuchillo a aquella espada,
vuelo de la locura al desvarío,
de la furtiva lágrima enclaustrada
al llanto que se esparce como un río.

Mas dirijo, pisada tras pisada,
mis pasos hacia un páramo sombrío.
Nada queda, la fe tengo talada,
y me recorre un hondo escalofrío.

Ya no me alumbra el sol de tus abrazos,
y en este sinvivir ruedo que ruedo;
debo desanudar todos los lazos

de este amor imposible en que me enredo…
Y, aunque el alma me salte hecha pedazos,
me callaré, me apartaré si puedo.

SONETO IX

Me callaré, me apartaré si puedo,
por más que se desangre el corazón
y, ante tal decisión, me embarga el miedo,
el miedo a que se cumpla esta intención.

Me aventuro a dejarte y retrocedo,
al sentir del dolor el aguijón.
Y el grito en mis adentros lo emparedo
para no hacer patente mi aflicción.

Y me voy consumiendo como un cirio
al no encontrar remedio a este martirio
que me ronda en la sien como barrena.

Dejaré atrás la hoguera de tus ojos
y marcharé por senda de rastrojos
con mi constante pena, instante, plena.

SONETO X

Con mi constante pena, instante, plena,
que me cerca y me lía en su maraña,
se me va acrecentando esta condena
que supura en el centro de mi entraña.

Este germen cruel que me gangrena
derrumba mi ilusión con brutal saña,
y siento que su tajo me cercena
con el filo mortal de su guadaña.

Portando mi pesar como estandarte,
me agarro tenazmente a la falacia
de poder revertir tan negra suerte…

Y me marcho en silencio hacia otra parte,
destilando la hiel de mi desgracia,
a donde ni has de oírme ni he de verte.

SONETO XI

A donde ni has de oírme ni he de verte,
me voy para esconder mi desencanto;
como algo natural, que no se advierte,
marcharé sin mostrar mi solivianto.

Intentaré aprender a no quererte
cerrando el sentimiento a cal y canto,
pues no logro tenerme sin tenerte
y este duelo imposible no lo aguanto.

Si la razón se empeña en desterrarte,
el corazón me obliga a regresarte
hacia el lugar en que tu amor hospedo

--allí donde el dolor tiene su nido--
y, batallando en contra del sentido,
me voy, me voy, me voy, pero me quedo.

SONETO XII

Me voy, me voy, me voy, pero me quedo
con tu sombra ceñida a mi costado;
porque tú eres mi paz, mi Dios, mi credo,
mi maldición, mi infierno y mi pecado.

Me voy, me voy, me voy..., pero no cedo
y no puedo cumplir con lo anunciado.
Y digo que me voy, pero no accedo
a apartarme un momento de tu lado.

Me quedo en el eclipse de tu lumbre,
sin vestigio de luz ni luna llena,
naufragando en un mar de incertidumbre

entre un gran temporal que me enajena…
Me quedo con mi inmensa pesadumbre,
pero me voy, desierto y sin arena.

SONETO XIII

Pero me voy, desierto y sin arena,
aceptando mi triste realidad,
y una tormenta crece por mi vena
alimentando lluvia y tempestad.

Nunca libé la miel de tu colmena
ni se alojó mi amor en tu oquedad,
y vago por doquier, como alma en pena,
a solas con mi propia soledad.

Con el rayo incesante, a fuego abierto,
me hallo en medio de un árido desierto
sin tener nada más para ofrecerte.

No dejará tu esencia de habitarme…,
mas hoy lejos de ti debo marcharme:
adiós, amor, adiós, hasta la muerte.

SONETO XIV

Adiós, amor, adiós, hasta la muerte,
me voy con lo que ha sido y es mi vida.
No quiere mi presencia entristecerte,
y en silencio me lamo yo mi herida.

Adiós, amor, me duele adolecerte
y emprendo hacia la nada la partida.
Quedarás en mi pecho, aunque esté inerte,
esperando una nueva amanecida.

El rumor de la sangre no convoca,
la muerte la mantiene amortajada,
y la vida a la muerte no derroca.

Ya no verás tristeza en mi mirada
ni oirás ninguna queja de mi boca…,
yo sé que ver y oír a un triste enfada.

Carmen Aguirre - España

**********************************

EL RAYO QUE NO CESA 

CORONA 9 - ALBERTO JIRÓN - EL SALVADOR 




SONETO I


Yo sé que ver y oír a un triste enfada,
pues deja que lo venza la tristeza
e inclina dócilmente su cabeza
con toda voluntad ya doblegada.

Yo sé que ver alegre al camarada
disfrutando la vida y su belleza,
enfrentando los días con firmeza,
nos llena de una fuerza ilimitada.

Son muchos los caminos que nos muestra
la existencia que da poco y da tanto,
y nos sigue entregando día a día.

Es un ir y venir la vida nuestra,
transitar entre risas, gozo y llanto
cuando se viene y va de la alegría.

SONETO II

Cuando se viene y va de la alegría
aún sin conocerla ni en esbozo,
creemos que en la pena habita el gozo
y el gozo no ha llegado, vida mía.

Cuando se viene y va la lluvia fría,
es decir, la tristeza y su hondo pozo,
pensando que está ausente el alborozo,
habitamos la dicha y su porfía.

Y así vamos y vamos por la ruta,
confundidos, buscando nuestra suerte,
queriendo que no llegue el postrer día.

Nadie quiere podrirse como fruta,
pero la vida lleva hasta el más fuerte
como un mar meridiano a una bahía.


SONETO III

Como un mar meridiano a una bahía
llega apacible, quieto, sosegado,
al final llegaré, pero cansado
de este dolor de la existencia mía.

Voy viviendo la pena que me lía
en espera del gozo más soñado,
pues la vida tan solo me ha entregado
su noche más oscura, más sombría.

No sé si el día en sombras se deshizo
y si mis vanos sueños se reducen
a cosa que jamás fue terminada.

Y, aunque busco de Adán el paraíso,
el sino y su designio me conducen
a una región esquiva y desolada.

SONETO IV

A una región esquiva y desolada,
al páramo del llanto y del gemido,
a la sima insondable del olvido
me ha llevado la vida transitada.

Y me ha dado su pena derramada
el orco más odiado, más temido;
y el gozo, al verme triste, conmovido
ha deseado llevarme a su morada.

Pero en vano yo sé que es el intento
si me ofrece tan solo sufrimiento
esta vida sufrida, no gozada.

Y, aunque aquí estoy fingiendo mi sonrisa,
a solas voy contándole a la brisa
lo que he sufrido y nada todo es nada.

SONETO V

Lo que he sufrido y nada todo es nada,
lo que he gozado y todo nada es todo.
¿Podrá, acaso, aliviarse de algún modo
el alma que ha vivido atormentada?

Imposible es que el llanto no me invada
si me encuentro la pena en el recodo,
y en mí halla perfecto el acomodo,
y en el pecho me habita confinada.

Y, aunque son veinticinco mis inviernos,
he sentido el dolor de mil infiernos,
de la llama que arde y que no enfría.

Dirán que no soy cuerdo, que estoy loco;
mas yo sé que eso es nada, que eso es poco
para lo que me queda todavía.

SONETO VI

Para lo que me queda todavía
por vivir, mi Señor, no tengo aliento;
las fuerzas que sentía ya no siento,
me vence una infinita cobardía.

No sé cómo enfrentarme al nuevo día;
a diario, sin embargo, yo me enfrento;
y aunque estoy derrotado, de momento,
buscaré en algún sitio valentía.

Buscaré sin descanso, sin desmayo,
en el cielo, en el mar, en el desierto,
fuerza para enfrentar la pena mía.

Si la busco insistente y no la hallo,
prefiero bien morirme y estar muerto
que sufrir el rigor de esta agonía.

SONETO VII

Que sufrir el rigor de esta agonía
es castigo me dicen unas voces,
y que me esperan penas más atroces
me repite una amarga sinfonía.

Canto de hiel, fatal algarabía,
escucho de aves negras y precoces...
Dolor maldito, vete, no te poses
en la ventana de la casa mía,

donde siempre has estado tan palpable.
De darme tu sevicia no declinas,
a diario me la ofreces escanciada.

Exhausta está la vida miserable
de andar la cruz, los clavos, las espinas,
de andar de este cuchillo a aquella espada.

SONETO VIII

De andar de este cuchillo a aquella espada
me encuentro desangrado, malherido,
y en la sima del llanto, sumergido,
por lágrima de sangre derramada.

De andar en esta tierra acribillada,
en este valle cruento del gemido,
donde restalla el cierzo enfurecido
mi vida miserable está cansada;

y el cuchillo y la espada ya no quiere,
ni este dolor tenaz que no se nombra;
dolor que si lo nombro mudo quedo.

Mas, del fatal cuchillo que me hiere,
me ocultará el mutismo de la sombra,
me callaré, me apartaré si puedo.

SONETO IX

Me callaré, me apartaré si puedo,
si el golpe me da tiempo de apartarme.
Buscaré algún lugar donde ocultarme,
donde la espada ignore que me hospedo.

Bien sé que soy cobarde, tengo miedo
de que el cuchillo pueda lastimarme,
de que esta piel cansada de sangrarme
me sangre como sangra, amor, tu dedo.

Me callaré. Te juro que mi grito
no llegará con eco tan amargo
a competir con cantos de sirena,

mas siempre habitará en mi ser contrito,
pues sé que este camino será largo
con mi constante pena, instante, plena.
-
SONETO X

Con mi constante pena, instante, plena,
caminaré sin rumbo, sin destino,
buscando clara luz que no adivino
entre la negra sombra de mi pena.

Atado siempre iré con la cadena
de la locura, amor, del desatino,
de este dolor que con la vida vino
y al que la vida misma me condena.

Me iré, como se marcha el sol quemante
cuando se muere el día en el ocaso,
con este absurdo anhelo de quererte.

Me iré muy lejos, vida torturante,
lejos de ti me iré con firme paso
a donde ni has de oírme ni he de verte.

SONETO XI

A donde ni has de oírme ni he de verte,
a donde ni has de verme ni he de oírte,
me iré muy pronto, vida, sin decirte
que tuve muchas cosas que ofrecerte.

Me iré. No fui capaz de comprenderte,
te viví, vida mía, sin vivirte,
no pude ni tenerte ni sentirte,
no llegué ni en esbozo a conocerte.

Mas sé que fuerzas cósmicas, supremas,
van de la muerte el rostro a bien mostrarme
cuando a sus brazos llegue sin denuedo.

Y quedarán mis versos, mis poemas;
me iré sin irme, vida, sin marcharme:
me voy, me voy, me voy, pero me quedo.

SONETO XII

Me voy, me voy, me voy, pero me quedo;
me quedo en cada célula, en tu boca,
en el aire, en el mar y entre la roca,
en la tierra, en el fuego, en tu viñedo.

Me voy, me voy, me voy, no retrocedo,
la decisión tomada paz provoca:
locura lúcida y cordura loca.
¡Ay, mundo miserable el que te heredo!

Me voy, pero me quedo en el espino,
en la zarza: mi casa, mi morada;
en el cardo, en la hiel, en la colmena.

Me quedo cual espíritu divino
habitando en la tierra ensangrentada,
pero me voy, desierto y sin arena.

SONETO XIII

Pero me voy, desierto y sin arena,
en busca de otra vida aunque esté muerto,
en busca de otra playa, de otro puerto,
de otro cielo con sol o luna llena.

Cansado de esta vida y su faena,
me voy..., pero me voy con rumbo cierto.
Llevo el oído atento, el ojo abierto
y esta paz, que me embarga, tan serena.

Atento esperaré la luz postrera,
aquella que me indique que la vida
por fin se terminó, que me despierte...

Cuando llegue la eterna primavera,
diré adiós, y dirá en la despedida:
adiós, amor, adiós...hasta la muerte.

SONETO XIV

«Adiós, amor, adiós»...hasta la muerte,
hasta el día postrero, hasta ese instante,
cuando acabe el latido palpitante,
pronunciaré el adiós, sin conocerte.

Nunca tuve la dicha de tenerte,
de entregarte mi fuego tan quemante,
mi beso, mi caricia más constante:
el cielo que guardé para ofrecerte.

Vida ingrata he vivido sin mirarte,
mirarte mi ojo ciego no me deja,
jamás supe de luz, de tu mirada.

Tal vez en otra vida pueda hallarte,
mas hoy desisto, amor, de tanta queja:
yo sé que ver y oír a un triste enfada.

Alberto Jirón - El Salvador

*************************************

EL RAYO QUE NO CESA

CORONA 10 -  HELENA RETREPO  COLOMBIA


SONETO I

Yo sé que ver y oír a un triste enfada,
yo sé que mi dolor te descompensa,
tal vez, si tú tuvieras la despensa
repleta de regalos como un hada,

podrías darme ahora una morada
que sane mis heridas y la ofensa,
y donde mi tristeza tan inmensa
muriera sin tener que ser nombrada.

Yo sé que estoy soñando un imposible;
dirás que fantaseo y es muy cierto,
es mi alma de poeta, vida mía,

que tiene un corazón incorregible;
comprende que es normal el desconcierto
cuando se viene y va de la alegría.

SONETO II

Cuando se viene y va de la alegría,
el alma tironea para un lado
y, en ese movimiento acelerado,
se va muriendo en mí la fantasía.

Ausente de cualquier algarabía,
está mi corazón tan apagado
que, aunque cantara, amor, desde el tejado,
mi oscuridad sin voz se escucharía.

Se escucharía un tímido sonido,
como un leve rumor de caracolas
que apenas si parece melodía…

quizás, con el susurro en el oído,
pienses que voy al ritmo de las olas,
como un mar meridiano a una bahía.

SONETO III

Como un mar meridiano a una bahía,
se acerca mi dolor hasta tus pies,
y sabe de lo absurdo que esto es,
mas no quiere callar su voz sombría.

Como un mar alevoso en pleno día,
mis ruegos te golpean y después
mi corazón se pone de revés
por confundir amor con osadía.

No temas a este mar cuando, altanero,
parece que traspasa la frontera
que impone a mis intentos tu mirada…

Al recordar tus ojos, solo quiero
irme a vivir con todo y mi quimera
a una región esquiva y desolada.

SONETO IV

A una región esquiva y desolada
me ha condenado, amor, tu desamparo;
el mundo igual me trata con descaro
y siento que mi vida está acabada.

Encuentro entre los otros una helada
manera de acercarnos, algo raro.
Confieso que el calor de algún disparo
seduce a mi razón acobardada.

Se necesitan fuerzas para eso
y mi valor lo juzga irresponsable;
anhelo que la muerte enamorada

de pronto me sorprenda con su beso,
mas nunca de mi mal serás culpable,
lo que he sufrido y nada todo es nada.

SONETO V

Lo que he sufrido y nada todo es nada,
apenas es un mar de desconsuelo
por haberte llamado a ti mi cielo
y no poder mirar la madrugada.

Te cuento que en las noches mi almohada
ha visto caer lágrimas al suelo
por sueños donde fuerte me rebelo
y soy mi pesadilla aquí encerrada.

No quiero de mis sueños despertar
a un mundo sin dulzura en el paisaje,
sin cielo mi vigilia está vacía.

Y, con este penoso malestar,
tendré que revestirme de coraje
para lo que me queda todavía.

SONETO VI

Para lo que me queda todavía,
no encuentro en esta ruta el punto norte,
y duele hasta rabiar que no te importe
ponerme en esta cruz de lejanía.

Estar cerca de ti es compañía,
contacto verdadero, fiel soporte;
por eso, que tu luz me reconforte,
que me sane y me sirva como guía.

Sé mantener de cerca la distancia,
con solo verte puedo ser feliz;
no pienses que mi ruego es utopía,

es que no sé vivir sin tu fragancia,
prefiero en tu escenario ser actriz
que sufrir el rigor de esta agonía.

SONETO VII

Que sufrir el rigor de esta agonía
me diera aquel impulso necesario
para salir del mundo solitario
en el que me ensañó mi tontería,

entonces, tal vez yo la aceptaría,
pero es inútil todo, hasta el rosario
que a muchos les alivia; mi adversario
en esta cruel batalla es la ironía

que burla mis intentos uno a uno.
Solo una cosa sana mi vacío
y es tu presencia lúdica y sagrada,

lo demás es vivir en el ayuno;
no hay cambios, todo tiende al mismo frío
de andar de este cuchillo a aquella espada.

SONETO VIII

De andar de este cuchillo a aquella espada,
de un filo a otro asumo mi dolor,
y no encuentro en la vida algo mejor
que aferrarme a tu piel como pedrada.

Indigna ante tu puerta, que cerrada
persiste para mí y para mi amor,
le pido en oraciones al Señor
salir de esta maldita encrucijada.

Mas Dios, que me conoce, ya me dice
que huele entre mis ruegos falsedad
porque a vivir sin ti le tengo miedo.

Y, aunque ya de insistir me ruborice,
no quiero vulnerar tu libertad,
me callaré, me apartaré si puedo.

SONETO IX

Me callaré, me apartaré si puedo,
si me deja esta tórpida locura,
que me enferma buscando tu ternura,
hacia la que me enfilo y retrocedo.

Y yo misma me apunto con el dedo,
me señalo en las crisis de amargura
por no poder guardar la compostura
ni salir victoriosa de este enredo.

¡Cómo hiere saber que te perdí
y que ya no hay remedio a mi quebranto!…,
¿qué delito me lleva a esta condena?

No hay respuesta que cure el frenesí
del amor, y me voy con este canto,
con mi constante pena, instante, plena.

SONETO X

Con mi constante pena, instante, plena,
me alejo y me acurruco en regocijo
soñando que te juego al escondrijo,
pero es una ilusión que me envenena,

mis sentidos completos desordena
porque no vas a darme tu cobijo,
me agarro nuevamente al crucifijo;
ya otras veces me he visto en esta escena…

No sabes de la rabia y desazón
que siento cuando veo el rumbo firme
de amarte sin que quieras, pero fuerte

te mantienes en este corazón,
y así, apegada a ti, tendré que irme
a donde ni has de oírme ni he de verte.

SONETO XI

A donde ni has de oírme ni he de verte,
me voy para alejarte del penoso
estado en que me encuentro, bochornoso,
por esta enfermedad de mal quererte;

a donde tu nostalgia sea mi suerte,
y el refugio del duelo silencioso
que transmuten el frío doloroso
en un cálido sol que me despierte.

Hallaré en tu recuerdo un rinconcito
y sabré convertirlo en un altar
donde pueda abrazarte con denuedo

sin que sientas mi queja ni mi grito;
mi corazón amante es tu lugar…
Me voy, me voy, me voy, pero me quedo.

SONETO XII

Me voy, me voy, me voy, pero me quedo
con mi cariño lleno de colores,
y, aunque tú no me quieras, traigo flores
en muestra del amor con que procedo.

Y sé que muchos piensan que me excedo,
que tú no te mereces mis favores
cuando te valen nada los amores
que tan gratuitamente te concedo.

No voy a discutir esto con nadie,
hallé en la aceptación de este arrebato
lo que cura por fin mi amarga pena;

lo he dejado vivir para que irradie
su belleza, llevándome lo grato,
pero me voy, desierto y sin arena.

SONETO XIII

Pero me voy, desierto y sin arena,
sin temor al vacío ni a la hiel;
es peor mi destino, falso y cruel,
cuando niego el amor que me encadena.

Me voy hacia una playa más serena
a evocar la nostalgia de tu piel,
tu recuerdo me endulza como miel
y eso me ayuda a ser un alma buena.

Tanta guerra conmigo me cansó
y me he vuelto mi aliada en esta lucha,
no me importa que nada me liberte,

pues disfruto de aquello que me ató
más allá de la vida que ya es mucha;
adiós, amor, adiós, hasta la muerte.
-
SONETO XIV

Adiós, amor, adiós, hasta la muerte,
me llevo lo mejor de nuestra historia
aunque solo te guarde en mi memoria
y guardes tú de mí el olvido inerte.

Ahora, sin mirarte y sin olerte,
tengo una sensación contradictoria,
el tiempo en que lo hice fue mi gloria,
mi pena en gratitud hoy se convierte.

Ya puedes navegar todos los mares
ligero de equipaje por el mundo,
disfruta del olor de la alborada

y no vuelvas atrás por mis pesares
que han muerto por los dos, amor profundo…,
yo sé que ver y oír a un triste enfada.

Helena Restrepo - Colombia 

************************************* 

EL RAYO QUE NO CESA

CORONA 11 - RAMÓN BONACHI - ESPAÑA


SONETO I

Yo sé que ver y oír a un triste enfada,
no estoy nada feliz por desventura,
la pena me persigue, me tortura,
me muestra una esperanza figurada.

El bien está sangrando en su morada,
herido por un mal que le supura,
no puedo sonreír a tal postura
si el odio no desiste en su cruzada.

Me apena ver crecer el terrorismo
montado en su fanático ideal,
producto de una extraña ideología.

Ya nada ha de volver a ser lo mismo,
razón y sinrazón tratan igual
cuando se viene y va de la alegría.

Soneto II (El progreso)

Cuando se viene y va de la alegría,
mi voz es un lamento testarudo,
y noto en la garganta un fuerte nudo
que ahoga mi precaria rebeldía.

Me engañan con infame maestría
los perros del señor que tanto eludo,
culpables de un presente casi mudo,
culpables de una falsa mejoría.

Camino por guijarros y desnudo,
preso de una esperanza que no es mía
y de un cielo más pálido y menudo.

El ocaso cabalga con su cría,
llegará como un plácido saludo,
como un mar meridiano a una bahía.

Soneto III (El Alzheimer)

Como un mar meridiano a una bahía,
van llegando a mis ojos los quejidos
de aquellos que no sienten sus latidos,
de aquellos que han perdido su valía.

Confusos sin apenas sintonía,
los sueños se quedaron divididos,
sus dueños son suspiros retenidos
dotados de una gran melancolía.

Los años que adornaban sus cortezas
se rompen de manera inesperada
quedando de recuerdo, solo piezas,

Al final, una ausencia prolongada
se lleva sus temores y torpezas
a una región esquiva y desolada.

Soneto IV (La pobreza )

A una región esquiva y desolada,
se dirige un oscuro porvenir,
donde el vivir es solo un sinvivir
y la miseria es agua muy salada.

Los cartones son toda la morada
de unas manos que tiemblan al pedir,
el deseo es un caro souvenir
que se ve solamente de pasada.

Desdichada la ley que tiene el pobre,
“comer y reventar antes que sobre",
protesto con el alma atormentada.

Elevó mi protesta a lo más alto,
pero cae y agoniza en el asfalto,
lo que he sufrido y nada, todo es nada.


Soneto V (Desamor)

Lo que he sufrido y nada todo es nada,
y esa nada me sigue castigando,
ese cruel desamor me está matando
cuando abrazo de noche tu almohada

El silencio es sin duda un enemigo
que se aferra a una piel austera y muda,
me ataca cuando sueño y me desnuda
dejando un frío intenso de testigo.

Ahora, recordarte es un tormento,
se mezcla tu pasado en mi presente,
tú sigues paseándote en mi mente

y no puedo alcanzarte, aunque lo intento.
Es poco este dolor, amada mía,
para lo que me queda todavía.

Soneto VI (El desencanto)

Para lo que me queda todavía,
el camino que piso es escabroso;
paso a paso, con miedo y cauteloso,
sigo avanzando en pos de mi utopía.

Un pesar que me llena de apatía
me conduce hacia un cruce misterioso,
allí espera un sendero tenebroso
y una vana ilusión de compañía.

Solo soy un pequeño verso errante,
un instante carente de emoción,
una voz que ha perdido su armonía

Y, aunque intente seguir hacia delante,
sé muy bien que no tengo más opción
que sufrir el rigor de esta agonía.

Soneto VII (La agonía)

Que sufrir el rigor de esta agonía
y sentirla, notarla tan adentro
es la causa, la llaga, el epicentro
de un martirio, una tensa algarabía.

Cual veneno que quema los sentidos,
circula por mis venas impaciente;
es un virus que ataca seriamente,
un enjambre de versos afligidos.

Así vivo, o lo intento, a mi manera,
la agonía al final me ha derrotado
y me azota jornada tras jornada.

¿Cambiar mi situación?, ¡qué más quisiera !...
Además, en verdad que estoy cansado
de andar de este cuchillo a aquella espada.
-
Soneto VIII (Perder la fe)

De andar de este cuchillo a aquella espada,
tengo dudas de tu sumiso afecto,
cuando rezo tampoco te detecto,
tu imagen sigue triste y angustiada.

Aunque busco el amor en tu mirada,
el amor que me das no causa efecto,
y un pesar, que ha nacido por defecto,
me mete más en esta encrucijada.

¡Oh, Señor!, tú podrías convencerme
de que mi fe tan solo tiene miedo
y que nunca has dejado de quererme.

Ayúdame si ves que retrocedo;
si me das el valor que hoy en mí duerme,
me callaré, me apartaré si puedo.

Soneto IX (La Injusticia)

Me callaré, me apartaré, si puedo,
de este infectado mundo de injusticia
donde triunfa la fuerza y la codicia,
donde incluso el rufián recita el credo.

La justicia es empresa delicada,
es débil en los ojos del tirano,
y más débil en manos del villano
que esconde la camisa ensangrentada.

No es justo liberar a quien reincide,
mas la ley, esa dama de granito,
que a veces más parece ser un mito,

le da la bienvenida y lo despide.
Yo he visto la injusticia más obscena
con mi constante pena, instante, plena.

Soneto X (Perder el mar)

Con mi constante pena, instante, plena,
me alejo del rubor de tus cabriolas,
y también de nadar contigo a solas
bajo una fluorescente luna llena.

Paseando descalzo por la arena,
escribo, en nacaradas caracolas,
un verso sobre el canto de tus olas
con un adiós final que me enajena.

Me entrego a la añoranza, pues me asombra
sufrir esta congoja, ¡y es tan fuerte!
que hasta lloran los ojos de mi sombra.

Perdona que mañana me despierte
allá donde el asfalto no te nombra,
a donde ni has de oírme ni he de verte .

Soneto XI (Un recuerdo)

A donde ni has de oírme ni he de verte,
se va la brisa plácida que aspiro,
y el gemir de una ausencia que no admiro
me daña por el hecho de quererte.

Si me alcanza el rocío de la aurora,
será más bajo y gris este gran cielo,
que ha perdido el color de su añil velo
y que incluso parece que me ignora.

Más horas, más pesar, más desencanto,
¡oh, memoria!, ¿por qué golpeas tanto
cada vez que en el tiempo retrocedo?

Me lleno, cuando empiezo a recordar,
de pasos que no quieren caminar.
Me voy, me voy, me voy, pero me quedo.

Soneto XII (La duda)

Me voy, me voy, me voy, pero me quedo
en este endemoniado laberinto
donde todo es igual, nada es distinto
y cuanto más avanzo más me enredo.

No consigo encontrar al ente ledo
que le dé más carácter a mi instinto;
en toda decisión que desprecinto
la duda y el temor salen al ruedo.

Son varias sensaciones de repente
que corren por mis venas cual torrente,
con ellas va mi suerte o mi condena.

Con la duda de incógnito asistente,
me voy, me voy, con ganas e impaciente,
pero me voy desierto y sin arena.

Soneto XIII (Un adiós)

Pero me voy desierto y sin arena,
cansado de luchar codo con codo
con este corazón que de algún modo
se llenó de ricina y me envenena.

Mi clamor en el cielo se cangrena
y en la tierra el amor se hunde en el lodo,
ya no puedo dar más, lo he dado todo,
mejor te digo adiós con voz serena.

¡ Ay amor !, ¡ ay amor incompatible!,
además de intentar un imposible,
no he podido siquiera retenerte.

No quiero más prisión para mis besos
ni quiero más dramáticos sucesos,
adiós amor, adiós, hasta la muerte.

Soneto XIV (Vencido)

Adiós, amor, adiós, hasta la muerte,
estoy desesperado y confundido,
las ganas de vivir se han escondido
y el viento del adiós hoy sopla fuerte.

Ya nada en este mundo me divierte,
la angustia y la tristeza me han vencido,
no queda ni un instante divertido
que le sonría a mi precaria suerte.

Tan solo soy un nombre diminuto,
y, a lomos de una pena descarnada,
camino con el alma fatigada.

Cuando el júbilo ajeno está de luto,
no dura la sonrisa ni un minuto;
yo se que ver y oír a un triste enfada.

Ramón Bonachi - España

********************************

EL RAYO QUE NO CESA

CORONA 12 - MARÍA ROSALES - ESPAÑA 


SONETO I


Yo sé que ver y oír a un triste enfada,
yo sé que mi discurso es destructivo,
pues vegeto en la zona atormentada
donde abrazo a la muerte estando vivo.

Me abandona la pena en la estacada
sin ningún tratamiento paliativo,
con el alma decrépita y cansada,
mientras rozo el final definitivo.

Exhausto por el frágil aislamiento,
oscilo entre la angustia permanente
y la risa nostálgica y sombría.

Arranco de raíz el sentimiento
y aguanto mi delirio recurrente
cuando se viene y va de la alegría.



Soneto II 

Cuando se viene y va de la alegría,
no existe en este mundo quien me aguante
o comprenda la atroz melancolía
en que ahogo el aliento cada instante.

Cuando me nublo y lloro, aunque sonría,
parezco un esqueleto caminante,
me falta el corazón donde latía
tras el plexo solar extravagante.

El amargo ostracismo, negro y crudo,
me recubre los huesos de aspereza
y se instala en el ánima vacía.

Ante tanto dolor, estoy desnudo
y acaricio la piel de la tristeza
como un mar meridiano a una bahía.


Soneto III

Como un mar meridiano a una bahía,
como un sueño perdido roza el cielo,
me estremece la pena todavía
mientras vuelven las fuerzas y alzo el vuelo.

He dejado detrás lo que sentía,
sobre el líquido azul de blando hielo,
cuando viajo a la inmensa lejanía
donde un soplo de luz me da consuelo.

Donde un soplo de luz me da cobijo,
otra brisa mortífera y oscura
me confunde al tenderme una emboscada.

Me confunde al volar sin rumbo fijo
y me arrastra, en la errática aventura,
a una región esquiva y desolada.


Soneto IV 

A una región esquiva y desolada,
a una tierra sumida en el olvido,
donde duerme mi angustia ilimitada
porque ya no recuerdo quién he sido.

Tengo un hondo vacío en la mirada,
la existencia carece de sentido,
cuando busco en la crónica pasada
un signo que rescate lo vivido.

Un pálpito sacude mi memoria
y me inquieta la sombra de los miedos
con su lúgubre esencia descarnada.

No conozco la paz ni la victoria:
aunque noto a la muerte entre los dedos,
lo que he sufrido y nada todo es nada.

Soneto V

Lo que he sufrido y nada todo es nada,
lo que está por venir me desalienta
cuando espero la próxima llegada
de la airosa acritud de la tormenta.

Está mi alma abatida y devastada,
el corazón herido se fragmenta
como una inerme víscera agotada
en mitad de la lluvia virulenta.

La tempestad, huraña y despreciable,
me azota con sus ráfagas de odio
tras el afán de la arrogancia fría.

Y soporto otra vez lo insoportable,
apenas si me duele este episodio
para lo que me queda todavía.

Soneto VI

 Para lo que me queda todavía,
sobrepaso la antigua resistencia
y acudo a mis reservas de energía
por salir del abismo con urgencia.

Es la audacia mi nueva compañía
y le encuentro aliciente a la existencia
porque voy desde el miedo a la osadía
a través del portal de la experiencia.

No permito un nocivo pensamiento
y avanzo hacia el reducto de vanguardia
donde invento el destino cada día.

Cuando vuelva y amague el sufrimiento,
prefiero, ante el peligro, estar en guardia
que sufrir el rigor de esta agonía.
.
Soneto VII

Que sufrir el rigor de esta agonía,
la amenaza feroz de la derrota,
cuando insiste en quebrar el alma mía
tras el pésimo aroma a vida rota.

Puedo hacer lo que entonces no podía
porque estoy por encima del que azota,
pues detesto la torva cobardía
y la osada ignorancia del idiota.

Se perfilan al alba la armadura
y el valor del escudo temerario
que protegen mi sangre renovada.

Persevero en mi intrépida postura
y persigo el camino solitario
de andar de este cuchillo a aquella espada.

..
Soneto VIII

De andar de este cuchillo a aquella espada,
como el hombre que lleva el alma en vilo,
me despierta el terror de madrugada
y amenaza la noche con sigilo.
.
Más allá de la zona devastada,
donde pende el valor de solo un hilo,
escapo de la furia encarnizada
y un futuro mejor me presta asilo.
.
Adiós, adiós, me voy, que no es mi guerra
ni morir por mi patria me seduce.
A la ley exigente nunca cedo
.
y, si surge un conflicto en esta tierra
que me incite a la lucha o se me cruce,

me callaré, me apartaré si puedo.
.
Soneto IX 

Me callaré, me apartaré si puedo
y pintaré en mi cara una sonrisa
cuando salga del fango de este enredo
donde abrace el regalo de la brisa.

No contemplo tristezas y procedo
a negarle atención a quien me pisa;
su banal demagogia la transgredo,
pues mi lógica es rápida y precisa.

A pesar de sus juegos malabares,
no tienta mi propósito el fracaso
ni el proceder de la maldad ajena.

Voy buscando el amor en otros lares
aunque dude mi fuerza a cada paso
con mi constante pena, instante, plena.

María Rosales Palencia (España)
.........................................................




No hay comentarios:

Publicar un comentario

YO NO QUIERO 14 DE FEBRERO

  Sonetos: "Día de los Enamorados" Grupo Poético: Malditos Bastardos SONETO I   Yo no quiero 14 de febrero Yo no quiero catorc...