miércoles, 11 de marzo de 2020

Delirios Poéticos: Cadena de Sonetos


Pintura de Tiziano: La Bacanal de los Andrios

Cadena de sonetos: Grupo Poético "Malditos Bastardos"
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DELIRIOS POÉTICOS


Un impulso frenético que choca.
Una urgente legión de agitadores.
El sabor adictivo de tu boca.
El febril festival de los olores.

La gloria pura de sentir tu peso.
La saliva temblando en el ombligo.
El golpe de humedad en cada beso.
El ímpetu feroz de estar contigo.

Abrirme entera, toda, desarmada.
Acoger en la carne sin salida
el delicioso ritmo de tu espada.

Frenar el corazón en la embestida.
Renacer el latido de la nada
mientras pierde la muerte ante la vida.

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Mientras pierde la muerte ante la vida
esa incruenta batalla del amor,
siento ardorosamente removida
mi sangre, que se excita con fulgor.

Son tus muslos columnas que sostienen
la recia arquitectura de tu sexo.
Mis impulsos lascivos van y vienen,
cual tórrido huracán a ti convexo.

Cuánto me gustaría penetrar
en el cálido ambiente de tu gruta,
vadeando los ríos del placer

y tu cálido cuerpo devorar,
aliviando el cansancio de mi ruta
en un apasionado atardecer.

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En un apasionado atardecer,
ardieron los caprichos más humanos
cuando yo, empapada de tu ser,
sucumbía al designio de tus manos.

Entre espasmos febriles y gemidos
nos fundimos en dulces movimientos
y, al compás del placer, nuestros latidos
despertaron dormidos firmamentos.

Cabalgué por tus olas de lujuria,
avivando la espuma blanquecina
que inundaba mi cuerpo sin piedad.

El deseo mostró toda su furia
y dejó tras de sí miedo y rutina
demostrando que el sexo es la verdad.

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Demostrando que el sexo es la verdad
voy a besar tu dulce y fresca rosa,
me dará de beber su tempestad
la flor de tu cintura que, impetuosa,

acaba derramándose salada
cada vez que mi lengua la atormenta,
la senda del deseo que empapada
me sabe a caramelo de pimienta.

Entre tus piernas quiero yo perderme,
saborear la miel de tu placer,
deseo despertarla cuando duerme.

Y, al sentirme en tus pétalos tejer,
alzarás la mirada para verme.
Ahora, amor, te vas a sorprender.

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Ahora, amor, te vas a sorprender.
No hay mucho que innovar, no hago maromas,
pero no encontrarás otra mujer
que derrame en tu lengua mis aromas.

El néctar de mi flor es adictivo,
al igual que la sed que me provoca
leer en tu mirada el primitivo
deseo que me arrastra hasta tu boca.

Tu boca, paraíso que me inventa
con su pequeño dios de caracol
ante el que me arrodillo para el beso.

Tu boca, que me sabe a mar y a menta,
y estalla en carcajadas color sol
cuando dentro de mí te sientes preso.

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"Cuando dentro de mí te sientes preso
-me dice, incandescente, tu mirada,
vistiendo el atavío del exceso-,
se inflama de venturas mi morada".

Pero, acaso, un eterno escalofrío,
crepúsculo carnal de la codicia,
derrame mi vehemencia en el vacío
que tienen tus entrañas de novicia.

Me incitan tus gemidos de ramera,
de experta mesalina de burdel;
me excitan, como excita tu manera
de anclarte en mis entrañas y en mi piel.

La impúdica fragancia de tu anhelo
desnuda a mis virtudes del consuelo.

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Desnuda a mis virtudes del consuelo.
Cada noche diviso tus encantos
y los siento quemando bajo el cielo
púrpura de mi tez con bellos cantos.

Son gritos de placer que tú derramas
en mi piel que, con hambre, te devora
cuando, con gran pasión, tú me reclamas
y pierdes el control mientras aflora

el aullido profundo con delirio,
alcanzando su cúspide explosiona
gimiendo de placer con el martirio.

El corazón en sueños se abandona;
el ensueño se pinta blanco lirio
con el vigor ardiente que me dona.

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Con el vigor ardiente que me dona
me tira con las riendas del bocado;
espolea en el lomo y no perdona
a este corcel vetusto y alocado.

Aminorar la marcha es una ofensa
si no termina su feroz galope...
Ni el caballo tendrá su recompensa
ni hallará ramalero que lo arrope.

Ya los cascos retumban en el suelo,
ya el jinete se aferra a su montura,
ya las crines del potro alzan el vuelo.

Ya el equino demuestra su bravura;
ya la amazona encoge la cintura
y un alado Pegaso surca el cielo.

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Y un alado Pegaso surca el cielo
cuando surcas mi piel con tus caricias
de ardiente frenesí, de terciopelo,
del éxtasis sensual con que me envicias.

La V que hay en mi Venus la cabalgas
al despertar en ella su turgencia,
recórrela despacio, no te salgas,
rocíala de ti y de tu esencia.

También cabalgaré hacia tu ruta
pues soy sobre tu cuerpo la Amazona
que llega hasta tu boca con su fruta.

Cada gemido tuyo me incursiona,
y el fuego que tu fuego me transmuta
me lleva a tu volcán que en mí erupciona.

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Me lleva a tu volcán que en mí erupciona
la profusa aquiescencia de tus senos,
las cumbres que en tu piel mi sed corona,
dos mundos que beber a mares llenos.

Me lleva hasta morirme entre tus alas
con el trote vivaz de un purasangre
la textura sutil donde acorralas
la firmeza felina de mi sangre.

Me llevan a alcanzar al fin tus ojos
el después, porque en ti tiene futuro,
el anidar tu piel, tu voz serena

cuando la carne activa sus cerrojos
y el deseo regresa al lado oscuro,
cuando un simple te quiero al alma llena.

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Cuando un simple te quiero al alma llena
de febriles deseos encendidos,
cual un toro bravío en la faena
la avidez reverbera en mis sentidos.

Lava ardiente se torna tu mirada
al mirarme empapada de pasión,
y dispuesta esperando tu estocada
me hallo presa de plena excitación.

Con urgencia vivaz busca tu boca
del elíxir que acampa en mis montañas,
por saciar esa sed que te enloquece,

para luego anidar con ansia loca
en el púlpito ideal de mis entrañas;
Mientras, mustia la noche, al fin fenece.

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Mientras, mustia la noche, al fin fenece,
abrázame de nuevo, amada mía,
bajo la llama blanca que en ti crece,
y deja que bostece el nuevo día.

Con la blancura, lava de mi lanza,
con la mente malvada del goloso,
con el latido vivo de esperanza,
te robaré un quejido silencioso.

Déjame que te lea el pensamiento
con mis manos, con gesto de locura,
me adentraré en el borde de tu hiel,

y que calle la voz del sentimiento;
la inocencia se pierde en su hermosura
acatando las leyes de la piel.

Manolo Gimeno Cervera
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Acatando las leyes de la piel,
en mí viven el rijo y el recato,
y triunfa, ora el olivo, ora el laurel,
guerra civil en la que muero y mato.

Que cuerpo y mente en púdicos forniquen
y en el ara del tálamo se inmolen.
Que a la pena del mundo la salpiquen
el semen puro, la semilla, el polen.

No solo tú. También la luna afuera
de palor se desnuda. Todo espera
tu erecto arado por mi surco ardiente,

tu riego tibio. Pero, amigo, atente
a lo que exijo por el breve encuentro:
por fuera desnudez. También por dentro.

Roberto Francisco Almeyda 
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Por fuera desnudez. También por dentro,
por el alcázar donde el ego impera,
que el alma se despoje de su centro
y el sexo sea magia que libera.

Que paren los relojes y esta cita
se llene de caricias sin sosiego
de la promesa tierna y exquisita
que baña de sudor, saliva y fuego.

Que el beso carmesí torne al obscuro
en ruta por la cima de tu seno,
la duna de tu vientre y monte puro,

que tu portal se rinda ante el maduro
ariete que te embista en desenfreno
y lluevan tus adentros sin apuro.

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Y lluevan tus adentros sin apuro
sobre el cálido umbral de mis entrañas,
donde se abre la flor del amor puro
como el sol al albur de tus pestañas.

Que tus aguas inunden de lujuria
cada poro sediento de mi piel,
y, en un huracanado fuego y furia,
ardamos al unísono con él.

Subamos a la cúspide del cielo
del beso que enarbola nuestro amor
al calor de la llama siempre viva.

Y, al numen de ese mundo paralelo,
dame tu blanca espuma y su calor,
y llévame contigo a la deriva.

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Y llévame contigo a la deriva...,
gobierna mi timón a tu albedrío,
que la sal de tus labios me cautiva
y surcar de sus olas el rocío.

Navégame en la quilla del bajel
surcando la atalaya de tus senos,
y arrama por los poros de mi piel
el néctar de tus íntimos venenos.

Súrcame en el fragor de la galerna
del febril oleaje de tu vientre
cuando en tu virgen piélago me adentre.

Y, al filo de una aurora sempiterna,
bogando por el mar de tu entrepierna,
¡a la deriva el alba nos encuentre!

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Que a la deriva el alba nos encuentre
en la más voluptuosa disidencia,
y el roce, temerario, se concentre
en su ardiente y rotunda complacencia.

Pálpame con terrena convicción
a la luz de las velas parpadeantes,
y siente arder también al corazón
entre tus dedos lúbricos y amantes.

Que el vaivén de mis labios femeninos
acaricie la poma del pecado
mientras la noche lentamente expira.

Hay rumor de placer en los marinos
avances de tu cuerpo acompasado...
No hay más verdad que amar, lo otro es mentira.

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No hay más verdad que amar, lo otro es mentira,
¡mas cómo disfrutamos la locura,
no importa el justiciero que nos mira
porque al fin es la vida una aventura!

No existe más placer que acariciarte
y palparte despacio el cuerpo entero,
y hundirme entre tus miembros, y adorarte,
sin poner atención al minutero.

No existe mayor gloria que el tenerte
temblando de pasión entre mis brazos
y beberme tu amor toda la noche,

pues, si el cielo me otorga poseerte
sin unirnos las leyes ni otros lazos,
disfrutaré de ti con gran derroche.

Luis Salvador Trinidad
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Disfrutaré de ti con gran derroche,
sublimando el pecado de avaricia
de forma tal que sentirás en broche
mi fuego epitelial que te acaricia.

Tras vítores y bises y gemidos
(no consiento que un Etna se adormezca),
duplicaré de nuevo tus latidos
impidiendo a la aurora que amanezca.

Prometeo falaz que te desbocas
(no debiste enseñarme a usar el fuego),
vaciarán tus entrañas mis pulsiones.

Mirmidones, mi ejército de locas
dispuestas a apostarlo todo a un juego:
arrancarte arsenales de explosiones.

Isabel Martínez
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Arrancarte arsenales de explosiones
y un estremecimiento. Hasta el nirvana
llegamos, tú me observas y dispones
no volver a la oscura tierra, Ariana.

Me abrazas de tal forma que fusionan
nuestros cuerpos y siendo solo uno
- junto a oleadas fieras que presionan -
el tiempo se detiene, es oportuno.

Tus manos se hacen garras en mi piel,
tus piernas nudos son en mi cintura,
y el arco de tu espalda crece y crece

hasta acabar el río de hidromiel
de nuestros sexos con intensa hondura
en esta noche añil que resplandece.

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En esta noche añil que resplandece,
tu ágil lengua provoca, me cincela.
En tus brazos mi cuerpo se enardece,
al sentir tu lujuria que lo enmiela.

Esta magnolia goza, goza, goza;
tu jadeo alborota su fragancia
y el calor de tu lava la alboroza;
disfruta tu pujanza, tu abundancia.

Al beber gota a gota tu sentir,
mi piel gime efusiva de placer;
ferviente manantial mis ansias son.

Mi puerto abierto siente ardiente fluir,
la fuerza de tu furia me hace arder;
mi delirio lo excita tu erupción.

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Mi delirio lo excita tu erupción.
Explosiona el volcán, labios de lava,
centinelas del cráter de pasión,
de par en par, franquean tu alcazaba.

Y comienzo el camino hacia el orgasmo
chispeando mis besos por tu pecho,
y alcanzo el frenesí del entusiasmo
al descender hasta el ansiado estrecho

que separa tus muslos, donde arde
el fuego en el que enciendo mi lascivia.
Quien predica pecado en este alarde
será porque su llama es mustia y tibia.

La nuestra es tan intensa que ha fundido
cuerpo y alma en la orgía del sentido.

Ricardo Fernández Esteban
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Cuerpo y alma en la orgía del sentido,
alma y cuerpo entregados al placer,
a la espera del íntimo gemido
que nos lleve a morir y a renacer.

Navegas por los mares del anhelo
dibujando en mis senos caracolas;
y, a la suave caricia del desvelo,
se hace coral mi perla entre tus olas.

Y me aferro a tu espalda fieramente,
sacudida por fuertes tempestades,
mientras tú me atraviesas con tu espada,

que arremete veloz y firmemente
en medio de mis claras humedades
hasta alcanzar la gloria deseada.

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Hasta alcanzar la gloria deseada
he de morir por ti, devotamente;
controlar mis impulsos de rïada
que amagan desbordarte brutalmente.

Sosegada mi mente, te acaricio.
Te miro con amor y reconozco
en tus ojazos negros el indicio
de un deseo de sexo que conozco.

Mis manos se atragantan con tu seno.
Siento tu taquicardia y tú mis pulsos;
mis labios te recorren infinita.

De tu sal y tu olor yo me enveneno.
Nuestros cuerpos buscándose convulsos
se subliman. !El alma entera grita!

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Se subliman; y el alma entera grita
cuando se altera el pálpito cardiaco
y tu arrebato impúdico me excita;
cuando gimes, mi amor, como un cosaco.

La caricia sensual, concupiscente,
que se mece a placer y que no para…,
ese ir y venir, esa creciente
y gozosa fruición que se dispara…

El beso alucinógeno y errante
recorriendo epicúreo el mausoleo
(abierto para ti de par en par).

Y el éxtasis final, alucinante,
con el vértigo en todo su apogeo
brindándonos la dicha de volar.

Teresa Fernández
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Grupo Poético: Malditos Bastardos

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